sábado, 26 de mayo de 2007

Uso del LATIGO

Consideraciones sobre el uso del látigo en una relación de D/s
Silvia López Puenzo

Queridas Amigas (virtuales): aunque no tenemos el gusto de conocernos, las considero como tales. Vengo leyendo vuestras notas desde hace bastante tiempo, y las de Elise Sutton y Ms Rika también, y creo que son fantásticas; me encantan la racionalidad y la emoción que traslucen.
Como habéis visto, mi sumiso ha tenido un importante progreso en estos meses, y en gran parte gracias a vosotras, por lo que les estoy reconocida [ver la experiencia publicada este mes titulada “Las Tablas de la Ley II”]. A pesar de algunos “pequeños contratiempos”, nuestra relación ha crecido y se ha consolidado cada vez más, y ambos estamos muy felices. Yo no tenia ninguna duda de que seria así, porque ya había experimentado esto en alguna relación anterior; pero él sí, y sin duda vuestra aportación a este proceso ha sido sustancial.
Ya que habéis pedido cierta colaboración en uno de vuestros últimos editoriales, y teniendo en cuenta los episodios relatados por Bernardo en esta y otras cartas, quisiera hacerles llegar algunas reflexiones sobre un tema que considero central en la Dominación/sumisión: el uso del látigo. Mi sumiso es muy inteligente y ha comprendido bastante bien mucho de lo que voy a exponer a continuación, y he visto lo bien que se lo ha transmitido en alguna carta anterior; pero hay algo que nunca podrá decir, y es lo que yo siento y experimento en esas ocasiones. También creo que mis experiencias, trasladadas a estas líneas (que no pretenden sentar cátedra), pueden ayudar a otras Dominantes a darle mayor importancia a este tema, darles nuevas ideas, aportarles puntos de vista ligeramente diferentes, etc., sabiendo siempre que cada relación es diferente, y se construye a partir de personalidades, deseos, necesidades y sentimientos distintos, y que no hay recetas especificas para ello. Aquí van esas reflexiones.
Leyendo muchas de las notas sobre el particular, relacionadas con el uso del látigo en una relación de Dominación/sumisión, he advertido que se le da un lugar secundario, casi como un “mal necesario”, una tarea que la mujer debe tomarse el trabajo de ejecutar con el propósito de mantener adiestrado a su sumiso.
En este punto, he visto con frecuencia que sólo se explicitan dos formas de usar el látigo con el sumiso: como castigo o como disciplina. Y por supuesto, se alerta sobre la posibilidad de que los requerimientos y deseos del sumiso sean, en realidad, los que van “obligando” a la Dominante a crear escenas, que son deseadas, en definitiva, por este último y no por la mujer, anteponiendo (paradójicamente) los deseos del sumiso a los de la Dominante. Vistas así las cosas, claro, parece un compendio de engorrosas “tareas” completamente alejadas de la esencia de una relación de este tipo, centrada en la satisfacción de la mujer.
Sin embargo, creo (por lo menos en mi caso ha sido así siempre) que existen muchísimas variantes, no suficientemente tratadas. Variantes que se hallan lejos del estereotipo castigo/disciplina, y que tienen objetivos y resultados diferentes, y aún efectos sobre la Dominante, y no sólo sobre el esclavo. Inclusive creo que hasta el tipo o modelo del látigo tiene su importancia...
Siguiendo un poco el estilo de razonamiento que he visto en diversos artículos relacionados con la dominación femenina, tratare de abordar estas variantes en forma ordenada. En principio, yo diría que podríamos ubicarlas en dos grandes grupos: fuera de un contexto sexual/erótico, y dentro de un contexto de esa naturaleza.
1. Fuera del contexto sexual
Como instrumento y símbolo de dominación
Seguramente coincidiremos todas en que la esencia de la relación de D/s es absolutamente psíquica, y no debería requerir de ningún agregado “físico” (de hecho, no estamos ante un esclavo, sino ante un sumiso). Sin embargo, toda objetivación de una relación desigual tiene sus atributos simbólicos (la corona de la Reina, la fusta de la Amazona), que recuerdan permanentemente el estatus de quien posee el poder y lo ejerce; como también los tiene en el sujeto dominado (el collar del esclavo, las riendas del caballo).
En mi opinión, el látigo cumple bien esa función, recordando con frecuencia al sumiso que está frente a su Ama; por eso, yo lo uso también permanentemente frente a él, ya sea en mi mano o a mi alcance inmediato. Forma parte del protocolo de iniciación de cualquier encuentro, es el primer contacto que mi sumiso tiene conmigo: nada empieza sin recibir el látigo de mi mano previamente. Resulta interesante ver que vosotras mismas, en vuestra página de Internet, mostráis la figura femenina siempre con algo de eso en la mano, al inicio de cada sección.
A pesar de su automaticidad y previsibilidad (siempre ocurre y él lo sabe), esta acción no es “obligatoria” para el Ama, como no lo es el uso de la corona para gobernar, y tampoco el de la fusta para que el montado obedezca si esta bien adiestrado, pero en mi opinión es altamente positiva para crear una suerte de reflejo condicionado inmediato, que lo prepara para lo que vendrá después, y refuerza permanentemente en su mente la disposición a servirme.
En mi caso, lo utilizo además agregando alguna orden simple pero caprichosa, con cierto contenido de dominación y humillación explícitos, como besar mis pies o el suelo frente a mi (o una combinación de ambos, comenzando por los pies y retirándose hacia atrás: funciona muy bien ordenarle que lama los tacones de mis sandalias, y luego rodee la suela con su lengua tratando de no tocar mis pies; inevitablemente su lengua termina lamiendo el piso). También puede ser que bese el propio látigo con que le azoto.
Tampoco es necesario descargar un golpe; con la simple amenaza puede ser suficiente, aunque haya que concretarla cada tanto, inclusive sin relación directa con la obediencia. Esta escena debe ser muy corta pero muy explicita, y siempre debe incluir la demanda de algún esfuerzo adicional por su parte, como inclinarse aún más, lamer los tacos hasta dejarlos relucientes, o algo así. Y sobre todo quiero ver su disposición a adorarme, servirme y obedecerme inmediatamente. En ese sentido, funciona como un medio de diagnostico, para percibir como está mi sumiso hoy y, por lo tanto, qué necesitará para retomar su adiestramiento continuo.
En definitiva, tiene un fuerte significado simbólico. Quiere decir: no importa qué ha pasado desde la ultima vez que estuviste frente a mi, qué imaginaste o pensaste, con qué cosas fantaseaste; todavía eres mi esclavo.... Lo primero que debes recordar es que eres mi esclavo. Es mas, puede ser que esto sea todo. Quizás esta vez no habrá sexo ni nada. Tal vez, sólo leeré mi libro preferido mientras él permanece echado a mis pies, o me preparará algo de beber o algún bocadillo mientras veo la televisión. Pero siempre tendré mi látigo en la mano o a mi lado.
En alguna ocasiones he acrecentado este simbolismo paseándome desnuda, sólo con botas altas o sandalias de tacón, con estudiada actitud distraída y distante, mientras él está “encadenado” por sus testículos a un punto fijo que no le permite grandes movimientos, con mi látigo en la mano derecha, casi como si estuviera listo para azotarle, pero no lo hago. Ni siquiera le presto la menor atención.
El atributo simbólico de la dominación tiene su contrapartida en otro, de sumisión, que mi sumiso utiliza SIEMPRE que está conmigo, y que recuerda y refuerza simbólicamente su condición. Tenemos varios: un grueso anillo que le coloco en la base de su pene (soy joyera artesana aficionada, y he hecho uno que dice “propiedad de....”), una cadena que le coloco en la base de los testículos y cierro con un pequeño candado, un simple collar de perro, etc. No me gusta hacerle usar ninguna prenda femenina; apaga mi deseo por él, me hace verle ridículo... prefiero algo que realce sus atributos masculinos. La cadena en los testículos es, a mi modo de ver, perfecta: me encanta ver como le luce, puedo engancharle otra mas larga para tirar de ella fuertemente y hacerle SENTIR la dominación, y tiene para todos los hombres un significado simbólico adicional muy intenso: me estás entregando lo que más valoras, tu masculinidad, para que yo haga lo que quiera con ella. Como veréis más adelante, esto también funcionará así cuando haya que USAR VERDADERAMENTE el látigo: el mejor lugar donde azotarle es, sin duda, los testículos (hay que tener cierto dominio y experiencia, lo reconozco).
El modelo de látigo a usar no deja de tener importancia. No me gusta la fusta; es fría, impersonal, el golpe cae en un solo punto demasiado pequeño... es mejor algo mas envolvente y abarcador. Mi preferido es un látigo negro con un mango de goma que imita un grueso pene, dotado de varias largas tiras de látex bastante gruesas. Totalmente extendido tiene como unos 60 cm. Es fácil de manejar, te permite cubrir una amplia superficie si lo deseas, o bien concentrarte en un punto. Al ser totalmente flexible (a diferencia de los más rígidos) te permite llegar a lugares difíciles o poco expuestos. Una vez mas, ¡excelente para los testículos! Adicionalmente, la forma de pene del mango multiplica las opciones (puedo hacérselo chupar, puedo masturbarme con él, o ambas cosas) y acrecienta el simbolismo: detento el símbolo fálico.
Una sola excepción podría comentar: en los casos en que camino desnuda por la casa sin dejar que se me acerque, suelo tener enrollado en mi mano un largo látigo de cuero trenzado. Acrecienta su sensación de temor, adoración y deseo. Ya hablaremos de el mas adelante.
Como instrumento de disciplina
Entiendo, como todas sabemos, que mi sumiso desea ser adiestrado y entrenado para mejorar su aptitud de servicio, y que no debería necesitar de ayudas externas para ello. Lamentablemente, eso es la teoría; en la practica, esta disposición se logra después de mucho tiempo de relación, trabajosamente cincelada. Normalmente, las dominantes sabemos que la disciplina es una necesidad de nuestro sumiso que debemos atender; después de todo, nos veremos beneficiadas por ella a largo plazo. Coincido en que debe ser rutinaria y sistemática, y por ello también resulta tediosa. A muchas de nosotras nos aburre, así como tantas otras tareas que diariamente nos impone la vida laboral o social, y lamentablemente no podemos delegarla –como sí es posible hacerlo con el castigo (lo comentare luego)–, ya que resulta de la mayor importancia que durante estas sesiones se explicite claramente qué es lo que el Ama quiere lograr de su esclavo, y eso es insustituible. Así que, amigas, tomémonos unos minutos a la semana para adiestrar a nuestro sumiso, como lo haríamos con nuestro pony; con cariño, pero con rigor y firmeza: su necesidad de hoy es nuestra satisfacción de mañana.
La fusta esta bien: se trata de puntualizar ordenes explicitas y precisas para situaciones futuras, traer a su mente el deseo de hacer cosas bien definidas cada vez mejor. No debe causarle placer sexual, ni remitir su memoria a situaciones de ese tipo. Tampoco a ti.
Como instrumento de castigo
Si adiestrarle me aburre, castigarle me desagrada. Aborrezco tener que hacerlo premeditadamente y, por suerte, su inteligencia y dedicación me lo evitan frecuentemente. Prefiero enojarme (como habéis visto por su propia carta) y hacerlo espontáneamente; casi, diría yo, dejarme llevar por la furia cuando la falta me parece intolerable. En ese caso, uso lo que tenga a mano; generalmente un cinturón. Creo que es el mejor elemento, te lo quitas en el momento y listo; además, si te parece, alguno de los azotes pueden ser por el lado de la hebilla, y esos hacen que te recuerde. Hay que tener cuidado con la cara, los recomiendo por debajo de la cintura. Atención a los testículos: uno o dos azotes pueden estar bien; pero nunca con la hebilla, puede dañarlo seriamente.
Sin embargo, insisto: este es el tipo de cosas que me gustaría delegar; y creo que se puede. Yo tengo una amiga lesbiana que se ha ofrecido a hacerlo cuando sea necesario: estoy pensando seriamente en aceptarlo, tal vez estando yo presente, o no; en algunos casos, dependiendo de la falta cometida.
Como ejercicio de relajación
Cuántas veces habéis vuelto del trabajo, después de un día agotador, irritadas y malhumoradas, con los pelos de punta por el tránsito o cualquier otra cosa, a punto de estallar ante el menor problema. No te digo cuando, además, estás con la menstruación... Muchas hacemos yoga o meditación, practicamos danzas o ejercicios de respiración, nos damos un buen baño de inmersión con sales perfumadas mientras escuchamos nuestra música preferida, etc. Prueben a azotar a su sumiso... antes de todo eso.
Todas las actividades que he mencionado, en cierta manera, tienen algo en común: a través de movimientos, sonidos, palabras repetitivas, automáticas, vamos llevando nuestra mente a un estado de mayor relajación, sacando fuera nuestras tensiones, aflojando nuestros músculos, tranquilizando nuestros corazones.
Yo he podido comprobar que el uso del látigo sobre mi sumiso, de forma repetitiva, automática, casi gimnástica, va creando esa misma sensación mucho más rápidamente. Con una diferencia sustancial: se acompaña de la percepción de su adoración y sometimiento, lo que representa un invalorable agregado psicológico al relajante movimiento físico.
Es muy importante que se explicite claramente esto ante el esclavo: debe saber que va a ser azotado para que su Ama recupere el buen humor y el bienestar físico y espiritual. Esta contribución a mi bienestar es lo que voy a permitirle que haga por mí, su satisfacción consistirá en ver que lo logro. Después, puede prepararme un baño, ponerme la música, encenderme las candelas y todo eso, y seguramente le premiare por ello. Yo suelo avisarle mientras voy camino a casa: que se vaya preparando, y preparando lo que necesito. Le doy tiempo para pensar en su misión, le ayudo a preparase psicológicamente; y además no pierdo tiempo en buscar mi látigo. Alguna vez lo he decidido en el momento, y no funciona tan bien. Hay como un “tiempo muerto” mientras él se desnuda, yo busco el látigo, lo ubico frente a mi y comienzo, que me irrita aún más y transforma el acto en ridículo. Estar esperando con el látigo en la mano mientras se saca la ropa es casi patético...
Alguna interjecciones mientras lo haces son muy estimulantes (como “¡toma!”, “¡ahí tienes!”, o simplemente “¡ah!”), y ayudan mucho a la respiración y a mantener el ritmo. Hablando de ritmo, éste es muy importante. Realmente, el “ejercicio” debe ser lo mas repetitivo, automático y rítmico posible. Debes concentrarte sólo en eso: soltar el látigo hacia delante y abajo (la posición más conveniente es arrodillado frente a ti). No debes pensar en llegar a lugares determinados ni dar órdenes. No dejes que tu sumiso haga nada, ni que hable. No le ates, no le pongas cadenas. No te vistas de manera especial. Hazlo con la ropa con la que vienes de la calle. No lo confundas con la disciplina, ni con el castigo, ni (como veremos mas adelante) con algo erótico o sexual. Simplemente, le azotas rítmicamente (yo uso uno de 9 colas, muy liviano y “blando”) y con toda la fuerza que tengas (por eso es importante que sea muy liviano), hasta que notes que comienzas a cansarte, que el brazo te pesa, que se te pone la mente en blanco. Solo azótale. No pienses en nada más. Repite y repite el golpe. Concéntrate en azotarle siempre en el mismo lugar y con el mismo ritmo. Llegara un momento en que ambos sabrán exactamente cuando caerá el próximo latigazo. Y sigue sin temor. Él lo aceptara porque sabe que después tú estarás mejor. Mientras lo haces te mirara a los ojos con adoración y sumisión. Y no le quedaran marcas de tu gimnasia de relajación.
Prueba de hacer esto con un cojín o en el aire, y verás que no es lo mismo. Falta este último componente: la entrega de su cuerpo para que tu logres esta paz. También tiene su contrapartida para él: estarás mejor dispuesta para concederle algún deseo. Prémiale si te place (quizás alguna vez puede limpiar tu menstruación con la lengua).
Un comentario final : esta actividad me fue sugerida tiempo atrás por otro sumiso que tuve, una vez que volví a casa muy malhumorada e irritable. Él me propuso que dispusiera de su cuerpo para eso. Inicialmente, sospeché que en realidad él lo deseaba, pero me arriesgué a hacerlo, y no me arrepiento. Después, perfeccioné un poco más la técnica, y ahora es para mi una alternativa interesante.
2. Dentro de un contexto sexual
Como juguete o accesorio en el acto sexual
Así como usamos consoladores, esposas, vendas, cuerdas, etc., todo en la medida y el gusto de cada una, yo creo que el látigo es insustituible durante dos momentos de la relación sexual con tu sumiso: cuando te estimula oralmente la vagina, el clítoris o el ano (y muy especialmente si le haces el Trono de la Reina), y cuando te penetra (si se lo permites a tu esclavo). Estando él arriba tuyo, indispensable. Veamos el primer caso:
Todas sabemos con cuanta facilidad se distraen los sumisos cuando les pones a trabajar en tu sexo. Al principio les gusta, se calientan fácilmente, se les pone bien dura, y a veces hasta hay que detenerlos porque pueden eyacular rápidamente y... ahí se terminó todo. Pero también sabemos que después de un rato, y al cabo de un par de orgasmos tuyos, se cansan y pierden el ritmo, se vuelven rutinarios, se “desenfocan” del objetivo (tu placer), y se vuelven robóticos. Hay que evitar esto, seguramente excitándolos de vez en cuando, con tu mano, tu boca, tus palabras, y..... ahí viene: acompañando con tu látigo. Hazle saber que lo quieres caliente, pero sin eyacular; sumiso, pero no pasivo; subordinado, pero no inactivo. Muéstrale que con tu sexualidad puedes llevarlo hasta el borde y, después, azótale en los testículos (¡una vez mas, ese es el lugar!) para tranquilizarle.
Ordénale de vez en cuando que mejore la actuación, que sea más creativo. Cámbiale el ritmo si te place. Dile ¡basta! antes de que te haga llegar, déjalo con las ganas de disfrutar de tu orgasmo por un momento y, en lugar de ello, dale unos buenos trallazos, mientras con tu mano libre lo empujas hacia abajo para que te lama los pies. Es excitante saber que no solamente eres dueña de su orgasmo, sino que también lo eres del tuyo. No estás a merced de su lengua.
Si vas a hacerle el Trono de la Reina, que se acueste de tal manera que queden sus testículos y su miembro frente a ti, y azótale. Que se concentre en tu clítoris, o que meta la lengua más y más adentro en tu vagina. “Ayúdale” a esforzarse con tu látigo. Yo he logrado de mi sumiso que llegue con su lengua ¡hasta el cuello de mi útero! Que se masturbe mientras le azotas, pero que no eyacule ni por error. Prohíbeselo explícitamente, dile que en ese mismo momento saldría de tu cama por un largo tiempo.
El segundo caso: yo sé que muchas Dominantes no permiten a su sumiso la penetración, y mucho menos estando él arriba. En general, entiendo el razonamiento subyacente en esta practica. Sin embargo, muchachas, en mi caso, no estoy dispuesta a perdérmelo, por atarme a ninguna ideología. Y no lo digo peyorativamente, porque respeto mucho a quienes preconizan este comportamiento, y hasta me parece más que razonable. Pero es que el mío tiene un miembro fenomenal, que hasta me ha provocado el orgasmo mas de una vez, y no veo por qué privarme del placer de recibirlo. Y yo siempre arriba, marcando el ritmo y los tiempos como yo desee. Pero alguna vez ha ocurrido que, por cansancio o distracción, se me ha montado encima. Entonces, no le he quitado, sino que le he hecho abrir bien las piernas y le he azotado (y bien fuerte, hasta dejarle marcas), adivinen dónde...
Esta practica no se ha transformado en frecuente, ni mucho menos; existe una suerte de orden tácita: no debes hacerlo. Si lo haces, lo toleraré, pero te azotaré mientras estés ahí hasta dejarte los testículos marchitos. A ver cuánto tiempo lo aguantas. Generalmente, se baja apenas me corro. Y ahí lo mando a lamerme bien. Adicionalmente, las marcas que le dejo sirven de “titulo de propiedad”, de “cinturón de castidad” grabado en su piel por unos cuantos días, visible para cualquier otra que eventualmente pudiera verle desnudo.
En ambos casos uso un látigo “casero” (el primero que usamos juntos) hecho con una correa de cuero corta y gruesa, de las que se usan para los perros bravos, desprovista del gancho que suelen tener en el extremo, y a la cual he “destrenzado” hasta formar en la punta un abanico de 6 tiras de cuero separadas. Mi sumiso me lo mantiene siempre flexible y blando (aunque es muy duro de recibir) con crema para las manos.
Como instrumento de placer personal
He dejado esto para lo último, pero no precisamente por considerarlo lo menos importante. Está claro que, además de todo lo que he comentado, ME ENCANTA AZOTARLE. Me excita sexualmente verle arrodillado frente a mi, con su miembro tieso a más no poder (mejor si se masturba un poco de vez en cuando), con sus testículos encadenados, o con su anillo “propiedad de...” ajustando su pene hasta ponérselo morado, recibiendo mi látigo mientras yo me excito cada vez más, hasta llegar al orgasmo en más de una oportunidad.
Experimento una excitante sensación de superioridad, me siento poderosa y plena viendo caer el látigo sobre su espalda, sus nalgas, sus testículos, su miembro erecto. Adoro sentir (verdaderamente lo SIENTO físicamente) como el látigo trabaja sobre su cuerpo, como chasquea, como se tensa en mi mano al alcanzarle...
No quisiera que me consideren una sádica. No me gusta causarle dolor; pero me da un intenso placer percibir FÍSICAMENTE la dominación que ejerzo sobre él... y a mi sumiso le excita verme sexualmente excitada y no poder hacer nada más que recibir mis azotes. Como esta escena se produce en un claro contexto sexual, me visto de alguna manera especial (pido perdón a todas las que odian esto), con látex o lencería. O a veces con un vestido de fiesta, muy escotado en la espalda y con un tajo al costado, y una copa de champagne en la mano izquierda. También me gusta mucho (es lo que hago más frecuentemente) estar completamente desnuda, llena de anillos, pulseras y collares, con altísimas sandalias de tacón, que me dan un aspecto muy sexy y excitante para él, que por otra parte no puede tocarme. Practico danzas, y tengo un cuerpo que considero hermoso, y también lo uso para la dominación.
Y esto es fundamental: uso un largo látigo de cuero negro trenzado de casi 2 metros y medio, de los de verdad, de los que se usan en el campo para arrear a los animales, que me permite estar bien alejada de mi sumiso. Establece cierta “distancia” necesaria con él. Le queda claro que no puede ni tocarme, ni participar de ninguna manera de mi placer. Después ya se verá; pero de momento, debe estar allí, recibiendo sus latigazos hasta que yo quiera, normalmente hasta que me corra frente a el.
Como no existe ningún contacto entre ambos, y estamos unidos solo por la correa de cuero que, por un corto instante, toca nuestros dos cuerpos, para mantenerlo excitado (para mi placer, no para el de él, está claro), además de permitirle la masturbación momentánea, e interrumpida cada vez que se lo ordeno, uso mi vestimenta, pero también mis palabras: le digo lo que vamos a hacer después, lo que le permitiré hacer y lo que le negaré, le prometo placeres que le concederé en momentos futuros pero indeterminados... Y por supuesto, casi nunca cumplo.
Es muy importante que el sumiso también participe de la escena, pero no pasivamente. Si bien normalmente está encadenado por sus testículos, puede moverse, cambiar de posición a requerimiento mío o en función de su imaginación. También puede pedir, suplicar, rogar, agradecer. Con la única intención de mostrar cuán importantes son los pequeños detalles, describiré una escena típica: comienzo de pie frente a él, que permanece arrodillado, con la cadena en sus testículos, mirándome a los ojos (esto es importante, quiero ver su mirada de adoración y sumisión). Tengo el largo látigo enrollado, empuñado con fuerza en mi mano derecha; la izquierda acaricia lentamente la correa. He aprendido a soltarlo hacia delante con un solo movimiento, y a dejarlo caer sobre el piso, frente a su miembro. Este movimiento, a veces, ya es suficiente para provocarle una erección. Es una cuestión de adiestramiento por reflejo condicionado; se ha acostumbrado a ello, por haberle hecho asociar el látigo a la masturbación en sesiones anteriores. A veces, intenta lamerlo; se lo impido, retirándolo rápidamente hacia atrás. La “coreografía” de los movimientos es esencial. Debe sugerir la distancia, el poder, la dominación, pero también la seducción de tu cuerpo. Esa es nuestra arma más poderosa; el sumiso responderá increíblemente a esta combinación: desea ser azotado para provocar tu placer, pero también es un placer para él verte. Y está bien, así colaborara más, hará cosas por sí mismo, te agradecerá tus orgasmos.
Y no creo que debamos preocuparnos por su placer, que es un efecto secundario. Al contrario, refuerza su deseo de servirte, adorarte y complacerte.
Le he enseñado a pedir los primeros latigazos. Después del primero, vuelvo a enrollar el látigo estudiadamente, y espero que me pida el segundo. Si no lo hace, se lo ordeno. A veces se lo hago pedir varias veces. Le dejo desearlo entre uno y otro, o le doy varios seguidos hasta que me suplique que le dé descanso. En los intervalos, sigo usando el látigo simbólicamente, lo enrollo y desenrollo cerca de mi cuerpo, lo acaricio con mi mano izquierda, lo pongo delante de mi vulva, lo oculto tras mi espalda, lo dejo por un momento a mi alcance mientras tomo un sorbo de mi bebida....
Le he adiestrado para pedir más, y él lo hace; frecuentemente, se lo niego.
Después, sigo según mis ganas, sin planes, improvisando. A veces, hasta lograr mi orgasmo. Una vez lo tuve mientras él se corría en el suelo frente a mi, y fue estupendo. Y cuando me pide que ya no le dé más, no le respondo y sigo; o bien le pregunto “si no quiere solo uno más, bien fuerte, en sus testículos” y, después de su obvia respuesta afirmativa, le doy dos... o tres. Y cuando cree que ya terminé... un cuarto. O le azoto preguntándole continuamente: “¿Quieres más?” Y sigo sin esperar su respuesta ni guiarme por ella.
Como veis, es muy importante que no sea él quien defina el argumento, aunque participe de la obra. Se le puede conceder alguna pequeña libertad, dentro del marco impuesto por ti; por ejemplo, que sea él quien te ofrezca la parte de su cuerpo donde le azotarás, cambiando de posición frente a ti. Alguna vez le he permitido eyacular, pero no debe ser nunca la regla. Y en ese caso, debe proporcionarme algún placer adicional: cuando le dejo, le permito acabar sobre mis pies, y después debe tomárselo todo, y continuar lamiendo mis pies hasta que yo se lo ordene.
Sin que yo se lo haya ordenado nunca, siempre me agradece que le brinde mi orgasmo. Y después, cuando lo libero, me acompaña a mi dormitorio, me abraza, me acaricia y me besa las manos mientras descanso. Cuando no lo logro, me consuela, y me promete que la próxima vez intentará aguantar más latigazos o que sean más fuertes, para que yo lo alcance.
Desde ya, todo esto requerirá de alguna practica de tu parte, y de algún adiestramiento para tu sumiso. Pero yo lo encuentro divertido y excitante, también el proceso de enseñárselo.
Espero no haber dado la impresión de que el uso del látigo es lo único que me importa en la relación que tengo con mi sumiso; lejos estoy de pensar así. Me complace sobremanera cómo me cuida, se anticipa a mis deseos, y entiende mi manera de pensar y de sentir. Admiro su inteligencia y sensibilidad para aportar a la relación. Valoro cuánto me ama y desea servirme, y cómo me lo demuestra permanentemente.
Tampoco hay que ser esquemática; a veces las diferentes formas que he relatado, se mezclan en mi experiencia, se intercalan o se sobreponen. Me ha ocurrido, por ejemplo, que una escena erótica inicialmente pensada para mi placer sexual, haya terminado en una sesión de disciplina o entrenamiento. Raramente, también en un castigo.
Espero no haber sido demasiado extensa, y excesivamente centrada en aspectos muy particulares; pero es que yo soy así: muy cuidadosa con los más pequeños detalles que construyen una relación. Y me ha ido muy bien de esa manera, con ésta y con otras relaciones en el pasado.
Y me encantaría ver publicadas estas reflexiones. Fraternalmente, Silvia L.

DominacionFemenina.net:
Silvia, lo primero es agradecerte tus “Consideraciones” y las cariñosas palabras dirigidas a quienes hacemos esta revista, y darte la enhorabuena por el buen trabajo que estás haciendo con Bernardo, como comprobamos por sus cartas. Se ve que eres una mujer con experiencia y buenos criterios en el terreno de la dominación femenina.
Y en esa experiencia reside probablemente algunos de los matices o diferencias que echas en falta en la revista a la hora de abordar lo que denominas “el uso del látigo”. Tus consideraciones revelan una sabiduría en las artes de la dominación que sólo puede proporcionar una experiencia que te sitúa en un nivel de la dominación femenina que resulta obligado calificar de avanzado. Quizá por eso te parecen incompletas las cosas que sobre el uso del látigo hayas podido leer en este sitio web. ¿Por qué? Pues porque en esta revista procuramos tener especialmente presentes a las mujeres que se inician, o se plantean tan sólo la posibilidad de iniciarse, en la dominación femenina. Y pensando en esas mujeres principiantes, procuramos, dentro de lo posible, no cargar las tintas con las actividades de la dominación que más chocantes les pueden resultar.
Por otra parte, los artículos y experiencias que hemos publicado en los que se tratan asuntos como la disciplina y el castigo son los que nos han parecido mejores entre los que hemos encontrado o nos han enviado. Es decir, que no tienen por qué reflejar exactamente nuestra posición. De todas formas, y una vez tenido en cuenta lo dicho, sí podemos afirmar que estamos de acuerdo en la mayor parte de lo escribes en tu artículo, aunque insistamos en que muchos de tus criterios corresponden a un nivel avanzado de dominación femenina.
De hecho, y como tu misma reconoces, se requiere una buena experiencia para azotar a un sumiso en los genitales y, desde luego, una dómina principiante carece de esa práctica, lo que justifica que haya que mostrar cautela a la hora de recomendar algunas prácticas. Cautela aún mayor debe prescribirse para el uso de un “largo látigo de cuero trenzado de casi 2 metros y medio de los que se usan en el campo para arrear a los animales”. Estarás de acuerdo, Silvia, en que se trata de una herramienta que hay que manejar con mucho cuidado; lo que no niega desde luego su gran contenido simbólico.
Ahora bien, es cierto que las lectoras con más experiencia, como es tu caso, pueden convenir en que la visión que se trasluce en la revista del uso del látigo hasta la fecha resulta algo limitada. Estamos de acuerdo contigo en que hay otras actitudes o criterios que justifican o aconsejan su uso más allá de las dos más comunes: la disciplina y el castigo. Y la primera que comentas, su categoría simbólica es, desde luego, una de ellas, que no debe despreciarse, ni mucho menos: porque los símbolos son muy importantes en las relaciones de dominación femenina –como en otros muchos aspectos de la vida de las personas–. El látigo u otras herramientas similares de la dominación constituyen un potente símbolo que contribuye a disparar el gatillo de la sumisión del varón y a colabora, por tanto, a reforzar la sensación de dominio y poder de la mujer. Esto es especialmente cierto en los hombres, mucho más visuales que las mujeres en su sexualidad, y que en tantas ocasiones son prisioneros de sus propios fetiches. Y una mujer empuñando un látigo es, por supuesto, uno de los más extendidos y potentes fetiches masculinos, así que esa mujer ha facilitado, por el mero hecho de exhibir ese látigo, el sometimiento de su sumiso a su voluntad de manera ciertamente importante.
Sobre el uso como instrumento de disciplina se han publicado más cosas en esta revista. Y también convenimos con lo que sostienes, con el criterio de que en teoría un sumiso no debería requerir más que de su propio deseo de sumisión para ir incrementando su devoción y su capacidad de servir a su dominante, pero que en la realidad la disciplina es mucha veces una necesidad si queremos mejorar las capacidades de servicio y la devoción del varón. Nos parece que tienes razón, y que está además bien dicho: la conveniencia de tomarse “unos minutos a la semana para adiestrar a nuestro sumiso; con cariño, pero con rigor y firmeza: su necesidad de hoy es nuestra satisfacción de mañana”.
La necesidad de que el sumiso sea disciplinado físicamente es compartida, cuando no solicitada, por muchos hombres –la mayoría de los sumisos lo piensan–. Y esa creencia de los hombres debería colaborar a suavizar la extrañeza que algunas mujeres principiantes muestran a la cierta generalización de la disciplina física que caracteriza el mundo de la dominación femenina. La experiencia nos indica que la mayoría de las dominantes expertas disciplinan físicamente a sus hombres, básicamente por dos razones: porque los hombres se lo piden, y porque con el tiempo han llegado a la conclusión de que esa práctica colabora a la buena marcha de la relación y a mejorar la forma en sus hombres las sirven y a incrementar su devoción y amor por ellas.
Ahora bien, esto no significa que no haya excepciones, que las hay, y no pocas, y que la disciplina física aparezca como una obligación para las dominantes si quieren que resulte viable una relación de dominación femenina. Hay mujeres dominantes con experiencia que no gustan de la disciplina o el castigo físico, y que construyen sus relaciones de dominación y someten a sus hombres con gran eficacia sin necesidad de que la disciplina y el castigo que utilizan para adiestrarles incluyan ese componente físico. Una dominante experta sabe también cómo atar corto a su sumiso con muchas otras armas, cuya efectividad depende sobre todo de la explicitación de la voluntad de dominio de la mujer, que es, al fin y al cabo, su herramienta más poderosa, y a la que es más receptivo el varón sumiso.
La utilización del látigo, o herramientas similares, como instrumento de castigo es algo más conocido. Por eso le dedicas menos espacio. Sí decir que entendemos tu preferencia por hacerlo lo más espontáneamente posible: “dejarme llevar por la furia cuando la falta me parece intolerable”. Tampoco es la primera vez que una mujer cuenta en estas páginas su pretensión de delegar ese castigo, o la disciplina física en general, en alguna amiga. Se entiende porque parezca tedioso, como es tu caso, o porque se considere que esa posibilidad añade un componente de “humillación” a la disciplina o castigo que resulta apropiada para educar al sumiso. Si estas pensando en probarlo, como nos dices, te recomendamos que comiences a hacerlo estando siempre presente. Lo que no significa que más adelante, una vez que hayas comprobado que la actividad funciona a tu entera satisfacción, no puedas contemplar la posibilidad de que tu presencia no sea imprescindible. Pero insistimos, controla bien el asunto en sus primeros momentos, para que no haya sorpresas desagradables o dudas innecesarias.
Donde más pueden sorprenderse las mujeres que se inician en la dominación con tu artículo es en la doble reivindicación que realizas de los azotes como mecanismo para dar salida al mal humor o, más aún, con el placer que te proporcionan. Especialmente, porque como bien dices eso nada tiene que ver con el sadismo. Sobre el primer asunto, bien podríamos decirles a las mujeres primerizas que son absoluta mayoría los sumisos que consideran que, si su dominante está de mal humor, con quién mejor pagarlo que con ellos. Estamos de acuerdo, como lo estarán la mayoría de los sumisos también, con tu criterio de que el hombre “debe saber que va a ser azotado para que su ama recupere el buen humor y el bienestar físico y espiritual”, porque de esa manera el sumiso, además de la azotaina, recibe un privilegio que ansía: contribuir a ese bienestar. Es decir, forma parte de la solución al problema que afecta a su dueña. Como también nos parece acertado el criterio que planteas de la bondad de la anticipación que supone el habérselo anunciado con antelación.
La otra reivindicación es clara: “Me encanta azotarle”. Insistimos: no es una cuestión de sadismo. Ese disfrute está muy relacionado con las consecuencias, y tú lo describes bien: “Experimento una excitante sensación de superioridad, me siento poderosa y plena... me da un inmenso placer percibir físicamente la dominación que ejerzo sobre él”. Pero además conviene decir que esas sensaciones se ven muy reforzadas en la mujer por el incremento de la devoción y el sometimiento que perciben en su hombre.
En este punto hay una afirmación equívoca en tu artículo: “Y no creo que debamos preocuparnos por su placer, que es en efecto secundario. Al contrario, refuerza su deseo de servirte, adorarte y complacerte”. En realidad, una de las razones para azotar a un sumiso es precisamente porque se produce ese reforzamiento del deseo de servir, adorar y complacer; por lo tanto, bien que sea indirectamente, estamos teniendo en cuenta también el placer del hombre, que está deseoso por reforzar ese deseo de servir, adorar y complacer a su dominante. Dicho de otra forma, el placer del hombre puede ser indirecto o muy distinto, desde luego, al de la mujer, pero no por eso deja de ser potente.
Como bien dices, Silvia, en otro lugar de tu artículo, la esencia de la relación de dominación es absolutamente psíquica. Y al ser azotado, además del dolor, el hombre ve cómo se explicita en alto grado el deseo de someterse absolutamente a su dominante, psíquica y físicamente. Y ese deseo es su mayor deseo, por lo que por esta vía, al ser azotado, encuentra el hombre uno de los placeres que más anhela. También por esa razón resulta tan acertado tu comportamiento cuando nos cuentas: “Le he adiestrado para pedir más, y él lo hace; frecuentemente, se lo niego”. Porque, aunque no lo hayas explicitado en el artículo, eres consciente de que existe ese placer al que nos referimos.
Por motivos parecidos se explica que “sin que se lo hayas ordenado nunca, siempre te agradezca que le brindes tu orgasmo”. Porque el varón sumiso, pese a que pudiera parecer lo contrario, encuentra un auténtico placer en colaborar a la consecución del placer de la mujer a la que se ha entregado. Quizá haya personas a las que les extrañe hablar de placer cuando un hombre ha asistido al orgasmo de su mujer sin haber alcanzado el suyo, porque esta imagen parece contradecir la imagen tradicional del varón obsesionado por su eyaculación. Pero no hay contradicción: pese a sus ganas de eyacular, el varón sumiso encuentra un auténtico placer cuando se ha sentido útil colaborando al placer de la mujer que le domina. En esto no conocemos excepciones, y es una de las grandes posibilidades que la dominación femenina brinda a la sexualidad de las mujeres: pensar en su placer, y primarlo absolutamente subordinando el de su hombre, facilita un incremento de su placer, pero también, aunque pueda resultar paradójico, del placer del que disfruta su sumiso.
Bueno, Silvia, hemos procurado contestar a lo que nos ha parecido más relevante de tu artículo para quienes leen esta revista, porque así nos lo pediste. Pero quedan, claro, otras muchas cosas en el tintero; casi todas nos parecen interesantes, y esperamos que lo serán también para quienes lo lean. Como creemos que tampoco les parecerá que hayas sido “demasiado extensa”. Seguro que la gran mayoría de las personas que lean tu artículo estarán encantadas de que te hayas extendido y de que te hayas centrado también en “aspectos muy particulares”. Pensamos que tus “Consideraciones” añaden puntos de vista y criterios sobre este asunto que, de seguro, resultarán útiles a quienes visitan estas páginas, porque complementan y profundizan las aportaciones publicadas hasta ahora. Por ello nuestro agradecimiento por tu colaboración. Y terminamos expresándote nuestra más sincera complicidad y cercanía, y el deseo de que tu experiencia y buen hacer puedan volver a tener reflejo en las páginas de la revista. Un fuerte abrazo, Silvia, y que todo continúe yéndote, al menos, tan bien como te va.

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