sábado, 26 de mayo de 2007

Uso del LATIGO

Consideraciones sobre el uso del látigo en una relación de D/s
Silvia López Puenzo

Queridas Amigas (virtuales): aunque no tenemos el gusto de conocernos, las considero como tales. Vengo leyendo vuestras notas desde hace bastante tiempo, y las de Elise Sutton y Ms Rika también, y creo que son fantásticas; me encantan la racionalidad y la emoción que traslucen.
Como habéis visto, mi sumiso ha tenido un importante progreso en estos meses, y en gran parte gracias a vosotras, por lo que les estoy reconocida [ver la experiencia publicada este mes titulada “Las Tablas de la Ley II”]. A pesar de algunos “pequeños contratiempos”, nuestra relación ha crecido y se ha consolidado cada vez más, y ambos estamos muy felices. Yo no tenia ninguna duda de que seria así, porque ya había experimentado esto en alguna relación anterior; pero él sí, y sin duda vuestra aportación a este proceso ha sido sustancial.
Ya que habéis pedido cierta colaboración en uno de vuestros últimos editoriales, y teniendo en cuenta los episodios relatados por Bernardo en esta y otras cartas, quisiera hacerles llegar algunas reflexiones sobre un tema que considero central en la Dominación/sumisión: el uso del látigo. Mi sumiso es muy inteligente y ha comprendido bastante bien mucho de lo que voy a exponer a continuación, y he visto lo bien que se lo ha transmitido en alguna carta anterior; pero hay algo que nunca podrá decir, y es lo que yo siento y experimento en esas ocasiones. También creo que mis experiencias, trasladadas a estas líneas (que no pretenden sentar cátedra), pueden ayudar a otras Dominantes a darle mayor importancia a este tema, darles nuevas ideas, aportarles puntos de vista ligeramente diferentes, etc., sabiendo siempre que cada relación es diferente, y se construye a partir de personalidades, deseos, necesidades y sentimientos distintos, y que no hay recetas especificas para ello. Aquí van esas reflexiones.
Leyendo muchas de las notas sobre el particular, relacionadas con el uso del látigo en una relación de Dominación/sumisión, he advertido que se le da un lugar secundario, casi como un “mal necesario”, una tarea que la mujer debe tomarse el trabajo de ejecutar con el propósito de mantener adiestrado a su sumiso.
En este punto, he visto con frecuencia que sólo se explicitan dos formas de usar el látigo con el sumiso: como castigo o como disciplina. Y por supuesto, se alerta sobre la posibilidad de que los requerimientos y deseos del sumiso sean, en realidad, los que van “obligando” a la Dominante a crear escenas, que son deseadas, en definitiva, por este último y no por la mujer, anteponiendo (paradójicamente) los deseos del sumiso a los de la Dominante. Vistas así las cosas, claro, parece un compendio de engorrosas “tareas” completamente alejadas de la esencia de una relación de este tipo, centrada en la satisfacción de la mujer.
Sin embargo, creo (por lo menos en mi caso ha sido así siempre) que existen muchísimas variantes, no suficientemente tratadas. Variantes que se hallan lejos del estereotipo castigo/disciplina, y que tienen objetivos y resultados diferentes, y aún efectos sobre la Dominante, y no sólo sobre el esclavo. Inclusive creo que hasta el tipo o modelo del látigo tiene su importancia...
Siguiendo un poco el estilo de razonamiento que he visto en diversos artículos relacionados con la dominación femenina, tratare de abordar estas variantes en forma ordenada. En principio, yo diría que podríamos ubicarlas en dos grandes grupos: fuera de un contexto sexual/erótico, y dentro de un contexto de esa naturaleza.
1. Fuera del contexto sexual
Como instrumento y símbolo de dominación
Seguramente coincidiremos todas en que la esencia de la relación de D/s es absolutamente psíquica, y no debería requerir de ningún agregado “físico” (de hecho, no estamos ante un esclavo, sino ante un sumiso). Sin embargo, toda objetivación de una relación desigual tiene sus atributos simbólicos (la corona de la Reina, la fusta de la Amazona), que recuerdan permanentemente el estatus de quien posee el poder y lo ejerce; como también los tiene en el sujeto dominado (el collar del esclavo, las riendas del caballo).
En mi opinión, el látigo cumple bien esa función, recordando con frecuencia al sumiso que está frente a su Ama; por eso, yo lo uso también permanentemente frente a él, ya sea en mi mano o a mi alcance inmediato. Forma parte del protocolo de iniciación de cualquier encuentro, es el primer contacto que mi sumiso tiene conmigo: nada empieza sin recibir el látigo de mi mano previamente. Resulta interesante ver que vosotras mismas, en vuestra página de Internet, mostráis la figura femenina siempre con algo de eso en la mano, al inicio de cada sección.
A pesar de su automaticidad y previsibilidad (siempre ocurre y él lo sabe), esta acción no es “obligatoria” para el Ama, como no lo es el uso de la corona para gobernar, y tampoco el de la fusta para que el montado obedezca si esta bien adiestrado, pero en mi opinión es altamente positiva para crear una suerte de reflejo condicionado inmediato, que lo prepara para lo que vendrá después, y refuerza permanentemente en su mente la disposición a servirme.
En mi caso, lo utilizo además agregando alguna orden simple pero caprichosa, con cierto contenido de dominación y humillación explícitos, como besar mis pies o el suelo frente a mi (o una combinación de ambos, comenzando por los pies y retirándose hacia atrás: funciona muy bien ordenarle que lama los tacones de mis sandalias, y luego rodee la suela con su lengua tratando de no tocar mis pies; inevitablemente su lengua termina lamiendo el piso). También puede ser que bese el propio látigo con que le azoto.
Tampoco es necesario descargar un golpe; con la simple amenaza puede ser suficiente, aunque haya que concretarla cada tanto, inclusive sin relación directa con la obediencia. Esta escena debe ser muy corta pero muy explicita, y siempre debe incluir la demanda de algún esfuerzo adicional por su parte, como inclinarse aún más, lamer los tacos hasta dejarlos relucientes, o algo así. Y sobre todo quiero ver su disposición a adorarme, servirme y obedecerme inmediatamente. En ese sentido, funciona como un medio de diagnostico, para percibir como está mi sumiso hoy y, por lo tanto, qué necesitará para retomar su adiestramiento continuo.
En definitiva, tiene un fuerte significado simbólico. Quiere decir: no importa qué ha pasado desde la ultima vez que estuviste frente a mi, qué imaginaste o pensaste, con qué cosas fantaseaste; todavía eres mi esclavo.... Lo primero que debes recordar es que eres mi esclavo. Es mas, puede ser que esto sea todo. Quizás esta vez no habrá sexo ni nada. Tal vez, sólo leeré mi libro preferido mientras él permanece echado a mis pies, o me preparará algo de beber o algún bocadillo mientras veo la televisión. Pero siempre tendré mi látigo en la mano o a mi lado.
En alguna ocasiones he acrecentado este simbolismo paseándome desnuda, sólo con botas altas o sandalias de tacón, con estudiada actitud distraída y distante, mientras él está “encadenado” por sus testículos a un punto fijo que no le permite grandes movimientos, con mi látigo en la mano derecha, casi como si estuviera listo para azotarle, pero no lo hago. Ni siquiera le presto la menor atención.
El atributo simbólico de la dominación tiene su contrapartida en otro, de sumisión, que mi sumiso utiliza SIEMPRE que está conmigo, y que recuerda y refuerza simbólicamente su condición. Tenemos varios: un grueso anillo que le coloco en la base de su pene (soy joyera artesana aficionada, y he hecho uno que dice “propiedad de....”), una cadena que le coloco en la base de los testículos y cierro con un pequeño candado, un simple collar de perro, etc. No me gusta hacerle usar ninguna prenda femenina; apaga mi deseo por él, me hace verle ridículo... prefiero algo que realce sus atributos masculinos. La cadena en los testículos es, a mi modo de ver, perfecta: me encanta ver como le luce, puedo engancharle otra mas larga para tirar de ella fuertemente y hacerle SENTIR la dominación, y tiene para todos los hombres un significado simbólico adicional muy intenso: me estás entregando lo que más valoras, tu masculinidad, para que yo haga lo que quiera con ella. Como veréis más adelante, esto también funcionará así cuando haya que USAR VERDADERAMENTE el látigo: el mejor lugar donde azotarle es, sin duda, los testículos (hay que tener cierto dominio y experiencia, lo reconozco).
El modelo de látigo a usar no deja de tener importancia. No me gusta la fusta; es fría, impersonal, el golpe cae en un solo punto demasiado pequeño... es mejor algo mas envolvente y abarcador. Mi preferido es un látigo negro con un mango de goma que imita un grueso pene, dotado de varias largas tiras de látex bastante gruesas. Totalmente extendido tiene como unos 60 cm. Es fácil de manejar, te permite cubrir una amplia superficie si lo deseas, o bien concentrarte en un punto. Al ser totalmente flexible (a diferencia de los más rígidos) te permite llegar a lugares difíciles o poco expuestos. Una vez mas, ¡excelente para los testículos! Adicionalmente, la forma de pene del mango multiplica las opciones (puedo hacérselo chupar, puedo masturbarme con él, o ambas cosas) y acrecienta el simbolismo: detento el símbolo fálico.
Una sola excepción podría comentar: en los casos en que camino desnuda por la casa sin dejar que se me acerque, suelo tener enrollado en mi mano un largo látigo de cuero trenzado. Acrecienta su sensación de temor, adoración y deseo. Ya hablaremos de el mas adelante.
Como instrumento de disciplina
Entiendo, como todas sabemos, que mi sumiso desea ser adiestrado y entrenado para mejorar su aptitud de servicio, y que no debería necesitar de ayudas externas para ello. Lamentablemente, eso es la teoría; en la practica, esta disposición se logra después de mucho tiempo de relación, trabajosamente cincelada. Normalmente, las dominantes sabemos que la disciplina es una necesidad de nuestro sumiso que debemos atender; después de todo, nos veremos beneficiadas por ella a largo plazo. Coincido en que debe ser rutinaria y sistemática, y por ello también resulta tediosa. A muchas de nosotras nos aburre, así como tantas otras tareas que diariamente nos impone la vida laboral o social, y lamentablemente no podemos delegarla –como sí es posible hacerlo con el castigo (lo comentare luego)–, ya que resulta de la mayor importancia que durante estas sesiones se explicite claramente qué es lo que el Ama quiere lograr de su esclavo, y eso es insustituible. Así que, amigas, tomémonos unos minutos a la semana para adiestrar a nuestro sumiso, como lo haríamos con nuestro pony; con cariño, pero con rigor y firmeza: su necesidad de hoy es nuestra satisfacción de mañana.
La fusta esta bien: se trata de puntualizar ordenes explicitas y precisas para situaciones futuras, traer a su mente el deseo de hacer cosas bien definidas cada vez mejor. No debe causarle placer sexual, ni remitir su memoria a situaciones de ese tipo. Tampoco a ti.
Como instrumento de castigo
Si adiestrarle me aburre, castigarle me desagrada. Aborrezco tener que hacerlo premeditadamente y, por suerte, su inteligencia y dedicación me lo evitan frecuentemente. Prefiero enojarme (como habéis visto por su propia carta) y hacerlo espontáneamente; casi, diría yo, dejarme llevar por la furia cuando la falta me parece intolerable. En ese caso, uso lo que tenga a mano; generalmente un cinturón. Creo que es el mejor elemento, te lo quitas en el momento y listo; además, si te parece, alguno de los azotes pueden ser por el lado de la hebilla, y esos hacen que te recuerde. Hay que tener cuidado con la cara, los recomiendo por debajo de la cintura. Atención a los testículos: uno o dos azotes pueden estar bien; pero nunca con la hebilla, puede dañarlo seriamente.
Sin embargo, insisto: este es el tipo de cosas que me gustaría delegar; y creo que se puede. Yo tengo una amiga lesbiana que se ha ofrecido a hacerlo cuando sea necesario: estoy pensando seriamente en aceptarlo, tal vez estando yo presente, o no; en algunos casos, dependiendo de la falta cometida.
Como ejercicio de relajación
Cuántas veces habéis vuelto del trabajo, después de un día agotador, irritadas y malhumoradas, con los pelos de punta por el tránsito o cualquier otra cosa, a punto de estallar ante el menor problema. No te digo cuando, además, estás con la menstruación... Muchas hacemos yoga o meditación, practicamos danzas o ejercicios de respiración, nos damos un buen baño de inmersión con sales perfumadas mientras escuchamos nuestra música preferida, etc. Prueben a azotar a su sumiso... antes de todo eso.
Todas las actividades que he mencionado, en cierta manera, tienen algo en común: a través de movimientos, sonidos, palabras repetitivas, automáticas, vamos llevando nuestra mente a un estado de mayor relajación, sacando fuera nuestras tensiones, aflojando nuestros músculos, tranquilizando nuestros corazones.
Yo he podido comprobar que el uso del látigo sobre mi sumiso, de forma repetitiva, automática, casi gimnástica, va creando esa misma sensación mucho más rápidamente. Con una diferencia sustancial: se acompaña de la percepción de su adoración y sometimiento, lo que representa un invalorable agregado psicológico al relajante movimiento físico.
Es muy importante que se explicite claramente esto ante el esclavo: debe saber que va a ser azotado para que su Ama recupere el buen humor y el bienestar físico y espiritual. Esta contribución a mi bienestar es lo que voy a permitirle que haga por mí, su satisfacción consistirá en ver que lo logro. Después, puede prepararme un baño, ponerme la música, encenderme las candelas y todo eso, y seguramente le premiare por ello. Yo suelo avisarle mientras voy camino a casa: que se vaya preparando, y preparando lo que necesito. Le doy tiempo para pensar en su misión, le ayudo a preparase psicológicamente; y además no pierdo tiempo en buscar mi látigo. Alguna vez lo he decidido en el momento, y no funciona tan bien. Hay como un “tiempo muerto” mientras él se desnuda, yo busco el látigo, lo ubico frente a mi y comienzo, que me irrita aún más y transforma el acto en ridículo. Estar esperando con el látigo en la mano mientras se saca la ropa es casi patético...
Alguna interjecciones mientras lo haces son muy estimulantes (como “¡toma!”, “¡ahí tienes!”, o simplemente “¡ah!”), y ayudan mucho a la respiración y a mantener el ritmo. Hablando de ritmo, éste es muy importante. Realmente, el “ejercicio” debe ser lo mas repetitivo, automático y rítmico posible. Debes concentrarte sólo en eso: soltar el látigo hacia delante y abajo (la posición más conveniente es arrodillado frente a ti). No debes pensar en llegar a lugares determinados ni dar órdenes. No dejes que tu sumiso haga nada, ni que hable. No le ates, no le pongas cadenas. No te vistas de manera especial. Hazlo con la ropa con la que vienes de la calle. No lo confundas con la disciplina, ni con el castigo, ni (como veremos mas adelante) con algo erótico o sexual. Simplemente, le azotas rítmicamente (yo uso uno de 9 colas, muy liviano y “blando”) y con toda la fuerza que tengas (por eso es importante que sea muy liviano), hasta que notes que comienzas a cansarte, que el brazo te pesa, que se te pone la mente en blanco. Solo azótale. No pienses en nada más. Repite y repite el golpe. Concéntrate en azotarle siempre en el mismo lugar y con el mismo ritmo. Llegara un momento en que ambos sabrán exactamente cuando caerá el próximo latigazo. Y sigue sin temor. Él lo aceptara porque sabe que después tú estarás mejor. Mientras lo haces te mirara a los ojos con adoración y sumisión. Y no le quedaran marcas de tu gimnasia de relajación.
Prueba de hacer esto con un cojín o en el aire, y verás que no es lo mismo. Falta este último componente: la entrega de su cuerpo para que tu logres esta paz. También tiene su contrapartida para él: estarás mejor dispuesta para concederle algún deseo. Prémiale si te place (quizás alguna vez puede limpiar tu menstruación con la lengua).
Un comentario final : esta actividad me fue sugerida tiempo atrás por otro sumiso que tuve, una vez que volví a casa muy malhumorada e irritable. Él me propuso que dispusiera de su cuerpo para eso. Inicialmente, sospeché que en realidad él lo deseaba, pero me arriesgué a hacerlo, y no me arrepiento. Después, perfeccioné un poco más la técnica, y ahora es para mi una alternativa interesante.
2. Dentro de un contexto sexual
Como juguete o accesorio en el acto sexual
Así como usamos consoladores, esposas, vendas, cuerdas, etc., todo en la medida y el gusto de cada una, yo creo que el látigo es insustituible durante dos momentos de la relación sexual con tu sumiso: cuando te estimula oralmente la vagina, el clítoris o el ano (y muy especialmente si le haces el Trono de la Reina), y cuando te penetra (si se lo permites a tu esclavo). Estando él arriba tuyo, indispensable. Veamos el primer caso:
Todas sabemos con cuanta facilidad se distraen los sumisos cuando les pones a trabajar en tu sexo. Al principio les gusta, se calientan fácilmente, se les pone bien dura, y a veces hasta hay que detenerlos porque pueden eyacular rápidamente y... ahí se terminó todo. Pero también sabemos que después de un rato, y al cabo de un par de orgasmos tuyos, se cansan y pierden el ritmo, se vuelven rutinarios, se “desenfocan” del objetivo (tu placer), y se vuelven robóticos. Hay que evitar esto, seguramente excitándolos de vez en cuando, con tu mano, tu boca, tus palabras, y..... ahí viene: acompañando con tu látigo. Hazle saber que lo quieres caliente, pero sin eyacular; sumiso, pero no pasivo; subordinado, pero no inactivo. Muéstrale que con tu sexualidad puedes llevarlo hasta el borde y, después, azótale en los testículos (¡una vez mas, ese es el lugar!) para tranquilizarle.
Ordénale de vez en cuando que mejore la actuación, que sea más creativo. Cámbiale el ritmo si te place. Dile ¡basta! antes de que te haga llegar, déjalo con las ganas de disfrutar de tu orgasmo por un momento y, en lugar de ello, dale unos buenos trallazos, mientras con tu mano libre lo empujas hacia abajo para que te lama los pies. Es excitante saber que no solamente eres dueña de su orgasmo, sino que también lo eres del tuyo. No estás a merced de su lengua.
Si vas a hacerle el Trono de la Reina, que se acueste de tal manera que queden sus testículos y su miembro frente a ti, y azótale. Que se concentre en tu clítoris, o que meta la lengua más y más adentro en tu vagina. “Ayúdale” a esforzarse con tu látigo. Yo he logrado de mi sumiso que llegue con su lengua ¡hasta el cuello de mi útero! Que se masturbe mientras le azotas, pero que no eyacule ni por error. Prohíbeselo explícitamente, dile que en ese mismo momento saldría de tu cama por un largo tiempo.
El segundo caso: yo sé que muchas Dominantes no permiten a su sumiso la penetración, y mucho menos estando él arriba. En general, entiendo el razonamiento subyacente en esta practica. Sin embargo, muchachas, en mi caso, no estoy dispuesta a perdérmelo, por atarme a ninguna ideología. Y no lo digo peyorativamente, porque respeto mucho a quienes preconizan este comportamiento, y hasta me parece más que razonable. Pero es que el mío tiene un miembro fenomenal, que hasta me ha provocado el orgasmo mas de una vez, y no veo por qué privarme del placer de recibirlo. Y yo siempre arriba, marcando el ritmo y los tiempos como yo desee. Pero alguna vez ha ocurrido que, por cansancio o distracción, se me ha montado encima. Entonces, no le he quitado, sino que le he hecho abrir bien las piernas y le he azotado (y bien fuerte, hasta dejarle marcas), adivinen dónde...
Esta practica no se ha transformado en frecuente, ni mucho menos; existe una suerte de orden tácita: no debes hacerlo. Si lo haces, lo toleraré, pero te azotaré mientras estés ahí hasta dejarte los testículos marchitos. A ver cuánto tiempo lo aguantas. Generalmente, se baja apenas me corro. Y ahí lo mando a lamerme bien. Adicionalmente, las marcas que le dejo sirven de “titulo de propiedad”, de “cinturón de castidad” grabado en su piel por unos cuantos días, visible para cualquier otra que eventualmente pudiera verle desnudo.
En ambos casos uso un látigo “casero” (el primero que usamos juntos) hecho con una correa de cuero corta y gruesa, de las que se usan para los perros bravos, desprovista del gancho que suelen tener en el extremo, y a la cual he “destrenzado” hasta formar en la punta un abanico de 6 tiras de cuero separadas. Mi sumiso me lo mantiene siempre flexible y blando (aunque es muy duro de recibir) con crema para las manos.
Como instrumento de placer personal
He dejado esto para lo último, pero no precisamente por considerarlo lo menos importante. Está claro que, además de todo lo que he comentado, ME ENCANTA AZOTARLE. Me excita sexualmente verle arrodillado frente a mi, con su miembro tieso a más no poder (mejor si se masturba un poco de vez en cuando), con sus testículos encadenados, o con su anillo “propiedad de...” ajustando su pene hasta ponérselo morado, recibiendo mi látigo mientras yo me excito cada vez más, hasta llegar al orgasmo en más de una oportunidad.
Experimento una excitante sensación de superioridad, me siento poderosa y plena viendo caer el látigo sobre su espalda, sus nalgas, sus testículos, su miembro erecto. Adoro sentir (verdaderamente lo SIENTO físicamente) como el látigo trabaja sobre su cuerpo, como chasquea, como se tensa en mi mano al alcanzarle...
No quisiera que me consideren una sádica. No me gusta causarle dolor; pero me da un intenso placer percibir FÍSICAMENTE la dominación que ejerzo sobre él... y a mi sumiso le excita verme sexualmente excitada y no poder hacer nada más que recibir mis azotes. Como esta escena se produce en un claro contexto sexual, me visto de alguna manera especial (pido perdón a todas las que odian esto), con látex o lencería. O a veces con un vestido de fiesta, muy escotado en la espalda y con un tajo al costado, y una copa de champagne en la mano izquierda. También me gusta mucho (es lo que hago más frecuentemente) estar completamente desnuda, llena de anillos, pulseras y collares, con altísimas sandalias de tacón, que me dan un aspecto muy sexy y excitante para él, que por otra parte no puede tocarme. Practico danzas, y tengo un cuerpo que considero hermoso, y también lo uso para la dominación.
Y esto es fundamental: uso un largo látigo de cuero negro trenzado de casi 2 metros y medio, de los de verdad, de los que se usan en el campo para arrear a los animales, que me permite estar bien alejada de mi sumiso. Establece cierta “distancia” necesaria con él. Le queda claro que no puede ni tocarme, ni participar de ninguna manera de mi placer. Después ya se verá; pero de momento, debe estar allí, recibiendo sus latigazos hasta que yo quiera, normalmente hasta que me corra frente a el.
Como no existe ningún contacto entre ambos, y estamos unidos solo por la correa de cuero que, por un corto instante, toca nuestros dos cuerpos, para mantenerlo excitado (para mi placer, no para el de él, está claro), además de permitirle la masturbación momentánea, e interrumpida cada vez que se lo ordeno, uso mi vestimenta, pero también mis palabras: le digo lo que vamos a hacer después, lo que le permitiré hacer y lo que le negaré, le prometo placeres que le concederé en momentos futuros pero indeterminados... Y por supuesto, casi nunca cumplo.
Es muy importante que el sumiso también participe de la escena, pero no pasivamente. Si bien normalmente está encadenado por sus testículos, puede moverse, cambiar de posición a requerimiento mío o en función de su imaginación. También puede pedir, suplicar, rogar, agradecer. Con la única intención de mostrar cuán importantes son los pequeños detalles, describiré una escena típica: comienzo de pie frente a él, que permanece arrodillado, con la cadena en sus testículos, mirándome a los ojos (esto es importante, quiero ver su mirada de adoración y sumisión). Tengo el largo látigo enrollado, empuñado con fuerza en mi mano derecha; la izquierda acaricia lentamente la correa. He aprendido a soltarlo hacia delante con un solo movimiento, y a dejarlo caer sobre el piso, frente a su miembro. Este movimiento, a veces, ya es suficiente para provocarle una erección. Es una cuestión de adiestramiento por reflejo condicionado; se ha acostumbrado a ello, por haberle hecho asociar el látigo a la masturbación en sesiones anteriores. A veces, intenta lamerlo; se lo impido, retirándolo rápidamente hacia atrás. La “coreografía” de los movimientos es esencial. Debe sugerir la distancia, el poder, la dominación, pero también la seducción de tu cuerpo. Esa es nuestra arma más poderosa; el sumiso responderá increíblemente a esta combinación: desea ser azotado para provocar tu placer, pero también es un placer para él verte. Y está bien, así colaborara más, hará cosas por sí mismo, te agradecerá tus orgasmos.
Y no creo que debamos preocuparnos por su placer, que es un efecto secundario. Al contrario, refuerza su deseo de servirte, adorarte y complacerte.
Le he enseñado a pedir los primeros latigazos. Después del primero, vuelvo a enrollar el látigo estudiadamente, y espero que me pida el segundo. Si no lo hace, se lo ordeno. A veces se lo hago pedir varias veces. Le dejo desearlo entre uno y otro, o le doy varios seguidos hasta que me suplique que le dé descanso. En los intervalos, sigo usando el látigo simbólicamente, lo enrollo y desenrollo cerca de mi cuerpo, lo acaricio con mi mano izquierda, lo pongo delante de mi vulva, lo oculto tras mi espalda, lo dejo por un momento a mi alcance mientras tomo un sorbo de mi bebida....
Le he adiestrado para pedir más, y él lo hace; frecuentemente, se lo niego.
Después, sigo según mis ganas, sin planes, improvisando. A veces, hasta lograr mi orgasmo. Una vez lo tuve mientras él se corría en el suelo frente a mi, y fue estupendo. Y cuando me pide que ya no le dé más, no le respondo y sigo; o bien le pregunto “si no quiere solo uno más, bien fuerte, en sus testículos” y, después de su obvia respuesta afirmativa, le doy dos... o tres. Y cuando cree que ya terminé... un cuarto. O le azoto preguntándole continuamente: “¿Quieres más?” Y sigo sin esperar su respuesta ni guiarme por ella.
Como veis, es muy importante que no sea él quien defina el argumento, aunque participe de la obra. Se le puede conceder alguna pequeña libertad, dentro del marco impuesto por ti; por ejemplo, que sea él quien te ofrezca la parte de su cuerpo donde le azotarás, cambiando de posición frente a ti. Alguna vez le he permitido eyacular, pero no debe ser nunca la regla. Y en ese caso, debe proporcionarme algún placer adicional: cuando le dejo, le permito acabar sobre mis pies, y después debe tomárselo todo, y continuar lamiendo mis pies hasta que yo se lo ordene.
Sin que yo se lo haya ordenado nunca, siempre me agradece que le brinde mi orgasmo. Y después, cuando lo libero, me acompaña a mi dormitorio, me abraza, me acaricia y me besa las manos mientras descanso. Cuando no lo logro, me consuela, y me promete que la próxima vez intentará aguantar más latigazos o que sean más fuertes, para que yo lo alcance.
Desde ya, todo esto requerirá de alguna practica de tu parte, y de algún adiestramiento para tu sumiso. Pero yo lo encuentro divertido y excitante, también el proceso de enseñárselo.
Espero no haber dado la impresión de que el uso del látigo es lo único que me importa en la relación que tengo con mi sumiso; lejos estoy de pensar así. Me complace sobremanera cómo me cuida, se anticipa a mis deseos, y entiende mi manera de pensar y de sentir. Admiro su inteligencia y sensibilidad para aportar a la relación. Valoro cuánto me ama y desea servirme, y cómo me lo demuestra permanentemente.
Tampoco hay que ser esquemática; a veces las diferentes formas que he relatado, se mezclan en mi experiencia, se intercalan o se sobreponen. Me ha ocurrido, por ejemplo, que una escena erótica inicialmente pensada para mi placer sexual, haya terminado en una sesión de disciplina o entrenamiento. Raramente, también en un castigo.
Espero no haber sido demasiado extensa, y excesivamente centrada en aspectos muy particulares; pero es que yo soy así: muy cuidadosa con los más pequeños detalles que construyen una relación. Y me ha ido muy bien de esa manera, con ésta y con otras relaciones en el pasado.
Y me encantaría ver publicadas estas reflexiones. Fraternalmente, Silvia L.

DominacionFemenina.net:
Silvia, lo primero es agradecerte tus “Consideraciones” y las cariñosas palabras dirigidas a quienes hacemos esta revista, y darte la enhorabuena por el buen trabajo que estás haciendo con Bernardo, como comprobamos por sus cartas. Se ve que eres una mujer con experiencia y buenos criterios en el terreno de la dominación femenina.
Y en esa experiencia reside probablemente algunos de los matices o diferencias que echas en falta en la revista a la hora de abordar lo que denominas “el uso del látigo”. Tus consideraciones revelan una sabiduría en las artes de la dominación que sólo puede proporcionar una experiencia que te sitúa en un nivel de la dominación femenina que resulta obligado calificar de avanzado. Quizá por eso te parecen incompletas las cosas que sobre el uso del látigo hayas podido leer en este sitio web. ¿Por qué? Pues porque en esta revista procuramos tener especialmente presentes a las mujeres que se inician, o se plantean tan sólo la posibilidad de iniciarse, en la dominación femenina. Y pensando en esas mujeres principiantes, procuramos, dentro de lo posible, no cargar las tintas con las actividades de la dominación que más chocantes les pueden resultar.
Por otra parte, los artículos y experiencias que hemos publicado en los que se tratan asuntos como la disciplina y el castigo son los que nos han parecido mejores entre los que hemos encontrado o nos han enviado. Es decir, que no tienen por qué reflejar exactamente nuestra posición. De todas formas, y una vez tenido en cuenta lo dicho, sí podemos afirmar que estamos de acuerdo en la mayor parte de lo escribes en tu artículo, aunque insistamos en que muchos de tus criterios corresponden a un nivel avanzado de dominación femenina.
De hecho, y como tu misma reconoces, se requiere una buena experiencia para azotar a un sumiso en los genitales y, desde luego, una dómina principiante carece de esa práctica, lo que justifica que haya que mostrar cautela a la hora de recomendar algunas prácticas. Cautela aún mayor debe prescribirse para el uso de un “largo látigo de cuero trenzado de casi 2 metros y medio de los que se usan en el campo para arrear a los animales”. Estarás de acuerdo, Silvia, en que se trata de una herramienta que hay que manejar con mucho cuidado; lo que no niega desde luego su gran contenido simbólico.
Ahora bien, es cierto que las lectoras con más experiencia, como es tu caso, pueden convenir en que la visión que se trasluce en la revista del uso del látigo hasta la fecha resulta algo limitada. Estamos de acuerdo contigo en que hay otras actitudes o criterios que justifican o aconsejan su uso más allá de las dos más comunes: la disciplina y el castigo. Y la primera que comentas, su categoría simbólica es, desde luego, una de ellas, que no debe despreciarse, ni mucho menos: porque los símbolos son muy importantes en las relaciones de dominación femenina –como en otros muchos aspectos de la vida de las personas–. El látigo u otras herramientas similares de la dominación constituyen un potente símbolo que contribuye a disparar el gatillo de la sumisión del varón y a colabora, por tanto, a reforzar la sensación de dominio y poder de la mujer. Esto es especialmente cierto en los hombres, mucho más visuales que las mujeres en su sexualidad, y que en tantas ocasiones son prisioneros de sus propios fetiches. Y una mujer empuñando un látigo es, por supuesto, uno de los más extendidos y potentes fetiches masculinos, así que esa mujer ha facilitado, por el mero hecho de exhibir ese látigo, el sometimiento de su sumiso a su voluntad de manera ciertamente importante.
Sobre el uso como instrumento de disciplina se han publicado más cosas en esta revista. Y también convenimos con lo que sostienes, con el criterio de que en teoría un sumiso no debería requerir más que de su propio deseo de sumisión para ir incrementando su devoción y su capacidad de servir a su dominante, pero que en la realidad la disciplina es mucha veces una necesidad si queremos mejorar las capacidades de servicio y la devoción del varón. Nos parece que tienes razón, y que está además bien dicho: la conveniencia de tomarse “unos minutos a la semana para adiestrar a nuestro sumiso; con cariño, pero con rigor y firmeza: su necesidad de hoy es nuestra satisfacción de mañana”.
La necesidad de que el sumiso sea disciplinado físicamente es compartida, cuando no solicitada, por muchos hombres –la mayoría de los sumisos lo piensan–. Y esa creencia de los hombres debería colaborar a suavizar la extrañeza que algunas mujeres principiantes muestran a la cierta generalización de la disciplina física que caracteriza el mundo de la dominación femenina. La experiencia nos indica que la mayoría de las dominantes expertas disciplinan físicamente a sus hombres, básicamente por dos razones: porque los hombres se lo piden, y porque con el tiempo han llegado a la conclusión de que esa práctica colabora a la buena marcha de la relación y a mejorar la forma en sus hombres las sirven y a incrementar su devoción y amor por ellas.
Ahora bien, esto no significa que no haya excepciones, que las hay, y no pocas, y que la disciplina física aparezca como una obligación para las dominantes si quieren que resulte viable una relación de dominación femenina. Hay mujeres dominantes con experiencia que no gustan de la disciplina o el castigo físico, y que construyen sus relaciones de dominación y someten a sus hombres con gran eficacia sin necesidad de que la disciplina y el castigo que utilizan para adiestrarles incluyan ese componente físico. Una dominante experta sabe también cómo atar corto a su sumiso con muchas otras armas, cuya efectividad depende sobre todo de la explicitación de la voluntad de dominio de la mujer, que es, al fin y al cabo, su herramienta más poderosa, y a la que es más receptivo el varón sumiso.
La utilización del látigo, o herramientas similares, como instrumento de castigo es algo más conocido. Por eso le dedicas menos espacio. Sí decir que entendemos tu preferencia por hacerlo lo más espontáneamente posible: “dejarme llevar por la furia cuando la falta me parece intolerable”. Tampoco es la primera vez que una mujer cuenta en estas páginas su pretensión de delegar ese castigo, o la disciplina física en general, en alguna amiga. Se entiende porque parezca tedioso, como es tu caso, o porque se considere que esa posibilidad añade un componente de “humillación” a la disciplina o castigo que resulta apropiada para educar al sumiso. Si estas pensando en probarlo, como nos dices, te recomendamos que comiences a hacerlo estando siempre presente. Lo que no significa que más adelante, una vez que hayas comprobado que la actividad funciona a tu entera satisfacción, no puedas contemplar la posibilidad de que tu presencia no sea imprescindible. Pero insistimos, controla bien el asunto en sus primeros momentos, para que no haya sorpresas desagradables o dudas innecesarias.
Donde más pueden sorprenderse las mujeres que se inician en la dominación con tu artículo es en la doble reivindicación que realizas de los azotes como mecanismo para dar salida al mal humor o, más aún, con el placer que te proporcionan. Especialmente, porque como bien dices eso nada tiene que ver con el sadismo. Sobre el primer asunto, bien podríamos decirles a las mujeres primerizas que son absoluta mayoría los sumisos que consideran que, si su dominante está de mal humor, con quién mejor pagarlo que con ellos. Estamos de acuerdo, como lo estarán la mayoría de los sumisos también, con tu criterio de que el hombre “debe saber que va a ser azotado para que su ama recupere el buen humor y el bienestar físico y espiritual”, porque de esa manera el sumiso, además de la azotaina, recibe un privilegio que ansía: contribuir a ese bienestar. Es decir, forma parte de la solución al problema que afecta a su dueña. Como también nos parece acertado el criterio que planteas de la bondad de la anticipación que supone el habérselo anunciado con antelación.
La otra reivindicación es clara: “Me encanta azotarle”. Insistimos: no es una cuestión de sadismo. Ese disfrute está muy relacionado con las consecuencias, y tú lo describes bien: “Experimento una excitante sensación de superioridad, me siento poderosa y plena... me da un inmenso placer percibir físicamente la dominación que ejerzo sobre él”. Pero además conviene decir que esas sensaciones se ven muy reforzadas en la mujer por el incremento de la devoción y el sometimiento que perciben en su hombre.
En este punto hay una afirmación equívoca en tu artículo: “Y no creo que debamos preocuparnos por su placer, que es en efecto secundario. Al contrario, refuerza su deseo de servirte, adorarte y complacerte”. En realidad, una de las razones para azotar a un sumiso es precisamente porque se produce ese reforzamiento del deseo de servir, adorar y complacer; por lo tanto, bien que sea indirectamente, estamos teniendo en cuenta también el placer del hombre, que está deseoso por reforzar ese deseo de servir, adorar y complacer a su dominante. Dicho de otra forma, el placer del hombre puede ser indirecto o muy distinto, desde luego, al de la mujer, pero no por eso deja de ser potente.
Como bien dices, Silvia, en otro lugar de tu artículo, la esencia de la relación de dominación es absolutamente psíquica. Y al ser azotado, además del dolor, el hombre ve cómo se explicita en alto grado el deseo de someterse absolutamente a su dominante, psíquica y físicamente. Y ese deseo es su mayor deseo, por lo que por esta vía, al ser azotado, encuentra el hombre uno de los placeres que más anhela. También por esa razón resulta tan acertado tu comportamiento cuando nos cuentas: “Le he adiestrado para pedir más, y él lo hace; frecuentemente, se lo niego”. Porque, aunque no lo hayas explicitado en el artículo, eres consciente de que existe ese placer al que nos referimos.
Por motivos parecidos se explica que “sin que se lo hayas ordenado nunca, siempre te agradezca que le brindes tu orgasmo”. Porque el varón sumiso, pese a que pudiera parecer lo contrario, encuentra un auténtico placer en colaborar a la consecución del placer de la mujer a la que se ha entregado. Quizá haya personas a las que les extrañe hablar de placer cuando un hombre ha asistido al orgasmo de su mujer sin haber alcanzado el suyo, porque esta imagen parece contradecir la imagen tradicional del varón obsesionado por su eyaculación. Pero no hay contradicción: pese a sus ganas de eyacular, el varón sumiso encuentra un auténtico placer cuando se ha sentido útil colaborando al placer de la mujer que le domina. En esto no conocemos excepciones, y es una de las grandes posibilidades que la dominación femenina brinda a la sexualidad de las mujeres: pensar en su placer, y primarlo absolutamente subordinando el de su hombre, facilita un incremento de su placer, pero también, aunque pueda resultar paradójico, del placer del que disfruta su sumiso.
Bueno, Silvia, hemos procurado contestar a lo que nos ha parecido más relevante de tu artículo para quienes leen esta revista, porque así nos lo pediste. Pero quedan, claro, otras muchas cosas en el tintero; casi todas nos parecen interesantes, y esperamos que lo serán también para quienes lo lean. Como creemos que tampoco les parecerá que hayas sido “demasiado extensa”. Seguro que la gran mayoría de las personas que lean tu artículo estarán encantadas de que te hayas extendido y de que te hayas centrado también en “aspectos muy particulares”. Pensamos que tus “Consideraciones” añaden puntos de vista y criterios sobre este asunto que, de seguro, resultarán útiles a quienes visitan estas páginas, porque complementan y profundizan las aportaciones publicadas hasta ahora. Por ello nuestro agradecimiento por tu colaboración. Y terminamos expresándote nuestra más sincera complicidad y cercanía, y el deseo de que tu experiencia y buen hacer puedan volver a tener reflejo en las páginas de la revista. Un fuerte abrazo, Silvia, y que todo continúe yéndote, al menos, tan bien como te va.
Manual De Adoradores De Pies
Por: Karina Estrella y Amanda Cárdenas
Contenido:
SITUACIONAMBIENTEPIES CALZADOS Y DESCALZOSORNAMENTOSMEDIASCALZADOCARICIAS
BESOSARTE DE LAMERPIES Y GENITALIDADPIES COMO SEXO EN SÍ MISMOSPIES,PREÁMBULO A LA GENITALIDAD.PIES Y SEXO GRUPALPIES Y SADOMASOQUISMO
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Manual de adoradores de pies.Las que siguen son unas guías prácticas para hombres y mujeres que sientan pasión ante los pies, desnudos o no, de su propio sexo o del contrario. En otro trabajo presentaremos algunas teorías que expliquen esta tendencia, antecedentes históricos, etc. Ahora simplemente haremos algunas referencias prácticas desde el punto de vista femenino.
SITUACIÓN:
Esto se refiere a la circunstancia precisa en que una pareja elige el masaje, las caricias, el beso de pies para estimular o canalizar su sexualidad. Las variantes son las siguientes:
- Ambos son fetichistas de pies, en cuyo caso más de la mitad del camino estará allanado.
- Uno de ellos es fetichista y el/la otro/a no. He aquí cuando la situación es más compleja, ya que ambos si bien pueden atraerse se encuentran en universos eróticos diferentes.
El fetichista deberá desarrollar su astucia para lograr lo que busca: puede iniciar el beso por los pies, como un largo preámbulo antes de llegar a la parte genital. En el caso en que una mujer sea fetichista y su pareja no, conviene decir directamente: "Si quieres excitarme, acariciáme o bésame los pies". En nuestra cultura, la sexualidad de la mujer está más expandida por todo el cuerpo y no sorprende tanto.
A su vez, los pies pueden excitar sin tener que llegar a una relación de pareja. El fetichista, al escuchar que un/a amigo/a se queja de dolor de pies, puede ofrecerle a efectuarle masajes. Puede explicarle que la aplicación de los labios, y aún de la saliva produce un efecto reparador y lubricante basado en los principios de la Reflexología. Conste que no aconsejamos el engaño, sino cuando es absolutamente necesario para efectuar una correcta adoración de pies.
Conviene que los fetichistas de pies tengamos al menos nociones de pedicuría y reflexología, así como de belleza de pies. Esto nos permitirá en muchos casos acceder a las plantas apetecidas en forma socialmente aceptable. También está la mancia de pies, es decir la adivinación por las líneas que, según dicen, es más exctas que la que se practica en las manos. Sería interesante que la lista ADORADORES DE PIES, administrada por el Sr. Abel Gómez, promueva pequeños cursos o consejos sobre estas disciplinas.
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AMBIENTE:
La relación que mantiene una pareja basada no en sus genitales, sino en sus pies, es básicamente de carácter erótico. Es más, la generalización amplia de esta preferencia, el compartirla con varias culturas, nos permite hablar de una sexualidad pédica, junto a una sexualidad genital, anal, etc. aunque esto se objeto de discusiones teóricas que exceden el marco pragmático de este manual.
El ambiente para una relación pédica puede diferir levemente de acuerdo a las preferencias particulares, pero debe tener los mismos componentes de intimidad y privacidad que para cualquier relación sexual. Conviene que el adorador de pies tenga cremas suavizantes, calzado especial, productos desodorantes, emaltes para uñas, pinceles, etc. Se puede dar el caso de quien prefiera el pie traspirado, pero si lo quiere limpio, conviene que pase alguna crema perfumada que sea absorbida por la piel.
La traspiración aumenta en cantidad y en olor en los pies, ya que está vinculada a la circulación y a la presencia de sangre _ y por consiguiente de calor - en la zona. También a que dentro de los huesos que conforman el pie hay un tejido esponjoso que absorbe y expele dicha traspiración. La misma puede aumentar por un problema glandular o por la simple constitución de la persona.
En consecuencia, el olor en cuanto al ambiente erótico a crear puede ser favorable o no, de acuerdo a las preferencias. Hay quienes escogen ámbitos agrestes: playa, bosque, montaña, y disfrutan viendo a su Pareja caminar descalzo/a o con cierto tipo de calzado. En este caso se aconseja que uno/a camine detrás del otro y lo vaya admirando, acumulando de este modo el deseo tal como ocurre en una relación genital.
Otros preferirán música, bebidas, lo que se llama un "ambiente sugestivo". Las damas podrán llevar en este caso medias de seda o un material equivalente y zapatos de tacón para que el caballer pueda quitárselos. Hay quienes no pueden tener relaciones de ningún tipo si la mujer no calza esto zapatos y medias: esto también implica la sexualidad pédica, y el ambiente a crear.
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PIES CALZADOS Y DESCALZOS:
Dentro del sexualismo pédico, la primera gran división a hacer son los pies descalzos o calzados. Esta es la preferencia básica. Si tomamos un video de "Playboy", por ejemplo, uno de aquellos en los que filman semblanzas breves de las playmates a lo largo de un año, veremos que cada una de ellas se dividen en dos partes: en la primera, la modelo aparece en un medio agreste, al aire libre, en la playa, es decir, en un clima informal, y casi siempre es presentada descalza. En la segunda parte aparece de noche, preparada para una velada entre romántica y erótica y se la muestra con medias trasparentes y zapatos de tacón. (Hay una teleserie estadounidense, que precisamente se llama "medias de seda"). Estos elementos se vinculan a lo erótico, a lo sensual aunque quien lo disfrute no sea un fetichista de pies o no practique la sexualidad pédica, como preferimos decir.
El adorador de pies puede gustar de los mismos con determinado calzado, pero siempre con el fin de quitarlo, ya sea de quitarlo él mismo o de ver como ella lo hace. En este contexto, quitar el calzado puede ser todo un arte erótico de la categoría del "streap tease". La dama en cuestión puede demorar el momento, meter y sacar el zapato de su pie, jugar con la media... en fin, dilatar el momento del beso o de las caricias en el pie desnudo.
En el siglo XVIII fue típico el fetichismo del calzado separado del pie. Había organizaciones que estudiaban devotamente los modelos de calzado femenino, y llegaban a verdaderos éxtasis cuando recibían como presente un zapato de la dama de sus sueños. Se decía que el calzado era andrógino, ya que la abertura para meter el pie era una vagina y su tacón un pene. Al parecer hoy es una suerte de "parafilia en desuso", ya que la mayoría prefieren adorar directamente el pie.
En cuanto a la tendencia de la mujer que admira los pies de los hombres, en general, según nuestra observación, los prefiere descalzos, sin mucho aditamentos, mostrando su desnudez viril para adorárlos como se merecen.
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ORNAMENTOS:
La mayoría de las encuestas realizadas en la página de Abel, indican que tanto damas como caballeros, son excitados por la utilización de ornamentos en el pie.
Al respecto, las motivaciones son diferentes: la excitación masculina surge de ver que la mujer resalta aquello que adora. Tobilleras y anillos que dejan el pie descalzo, pero que de algún modo "lo muestran", permiten colegir que la dama que los usa los considera un medio de resaltar su belleza desde los pies, y por lo tanto la acerca a ese objeto de deseo brindando un ámbito erótico común con el de quien ejerce la sexualidad pédica.
A su vez, la mujer que usa estos aditamentos, goza al aumentar la belleza de sus pies, con el narcisismo que es propio de ella, y refleja cierta tendencia al sexualismo pédico latente en todo ser humano.
-TOBILLERAS
En general se trata de ornamentos que cubren el diámetro correspondiente al tobillo, pero sus variantes pueden ir desde una pulsera muy fina, plateada o dorada, de cuentas pequeñas, hasta piezas de cuentas grandes, visibles desde lejos. Hay mujeres que usan varias, combinando efectos o que se atan finos pañuelos. Las hay finas, pero con combinaciones de pinturas brillantes, que se aprecian desde lejos. Por último están las que unen uno de los dedos, especialmente el medio del pie con el tobillo: este adorno, permite estilizar al pie, destacar su elegancia y es sumamente sensual.
-TATUAJES
El tobillo puede ser objeto de tatuajes especialmente diseñados para que abarquen todo su radio. Los motivos son muy variados: van desde flores de colores vistosos y resaltantes, hasta sobrias líneas quebradas, motivos orientales, etc. En este punto hay que diferenciar entre tatuajes y productos que se adhieren a la piel por medio de pegamentos. Es decir, el tatuaje es un método que requiere de agujas y en muchos casos, resulta especialmente doloroso al tener los pies muchas terminaciones nerviosas. La ventaja del "sticker" es que el adorador/a de pies puede colocarlo y removerlo a su antojo, mientras que el tatuaje es abosolutamente indeleble. De todos modos, hay mujeres que gustan tatuarse otras zonas del pie, y de practicar el sexualismo pédico, gozarán cuando su amante descubra dicho tatuaje.
-"TOERINGS" o ANILLOS PARA DEDOS DE PIE
El anillo para dedos de pies tiene siempre el mismo principio de colocación: es de un material lo suficientemente flexible como para abrirlo, colocarlo desde arriba y volver a apretarlo de modo que se ajuste al diámetro del dedo. Igual que las pulseras de tobillos, presentan cantidad de variedades: están los que son uniformes en su superficie, dorados o plateados, y aquellos que son soporte de un motivo determinado (el "yang" y el "ying", dibujos de animales, plantas, motivos abstractos, etc.) El adorador de pies se siente atraído cuando la mujer lleva más de un anillo y los modelos son diferentes. En muchos caso gustan quitarlos con la boca y volverlos a poner en su lugar.
-PIES BARROCOS
Estos adornos que no ocultan el pie, sino que lo mantienen descalzo y resaltan su belleza, nos permiten concluir que casi siempre en la sexualidad pédica, gusta el "pie barroco", es decir aquel que se encuentra recargado de ornamentos, y en lo posible maquillado a través de esmaltes para uñas y otros aditamento.
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MEDIAS:
La media femenina tiene como objetivo central realzar la forma de la pierna, es decir disimular delgadeces o gorduras excesivas y resaltar su belleza en el caso en que esté debidamente formada. El pie se estiliza, y hay muchos adoradores de pies, que los prefieren envueltos en medias. Las hay de varios colores, y de distintos materiales. Actualmente es muy difícil encontrar una fibra pura (seda es la clásica); la mayoría contienen un grado mínimo de material sintético.
La sensualidad de la media consiste en el acto por parte de la mujer de quitársela y/o ponérsela. Hicimos referencia en otro apartado a la teleserie estadounidense "Medias de seda", cuya presentación consiste en mostrar las piernas de una mujer descalza, que se coloca sugestivamente medias de seda blanca.
En este punto hay tres formas básicas: las que tienen elástico y se sujetan al muslo, las "pantys" y las que requieren liguero. Estas últimas son las más sensuales, y las más fáciles de quitar o poner. En el gesto de una mujer bella colocando una media hay una enorme carga de sensualidad: primero cubre su pie, luego estira su pierna a fin de que la prenda la ajuste, y finalmente la abrocha. Al quitársela (puede elegir que lo haga su pareja) va quitando los sostenes del liguero, lentamente y luego la enrolla hacia abajo por sus muslos hasta que sus pies queden al descubierto.
Hay adoradores de pies que son a su vez devotos de las medias, y que desean contemplar, acariciar, besar, los pies de su amada vestidos con ellas. Al respecto, el incremento de la traspiración del pie, es proporcional al grado de fibra sintética que tenga la media en cuestión. La lana, el algodón o el hilo pueden absorberla y evitar que se cargue de la cantidad suficiente de bacterias para despedir el olor típico del pie. En cambio, el material sintético, por su impermeabilidad no deja que salga, y favorece el aroma intenso y agresivo que es del gusto de muchos adoradores.
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CALZADO:
Así como el adorno (tobilleras, "toerings"...) permite resaltar la Majestuosa Descalcez del pie, el calzado de un modo u otro la cubre. En la mayoría de las encuestas que nos van llegando, hombres y mujeres prefieren en su mayoría el pie descalzo. Hay un dejo de salvajismo en su desnudez, que el civilizado zapato rompe, por más sensual que pretenda ser su confección. Ese salvajismo es el que estimula, incrementa y dirige la libido del Adorador.
Sin embargo, muchos a gustan del calzado abierto en sus parejas, pero casi siempre con la intención de sacárselo. De este modo el calzado - igual que las medias - debe ser aquel que sea más fácil de quitar, que con un breve toque de la puntera con el talón, el pie quede libre y permita el goce con su amante.
El zapato de taco, especialmente cuando el mismo es muy elevado, no está destinado a resaltar la sensualidad del pie en sí mismo, sino que es un recurso para que la mujer camine con cierta cadencia, y se advierta el movimiento de sus caderas; está destinado a la excitación en el marco de una sexualidad genital, no pédica. Quede claro que el objetivo de este manual no es el de indicar pautas fijas, ya que la sexualidad en general tiene miles de ramificaciones y todas son válidas, pero en el presente caso, el zapato debe ser un aditamento secundario a la sexualidad pédica que ejercerá el adorador , mientras que el ornamento que mantiene descalza a su pareja, puede ser propiamente el "fetiche", es decir aquello que se convierte en incentivo central del impulso.
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CARICIAS:
Las caricias pédicas pueden ir desde el roce con las yemas de los dedos hasta el fuerte masaje que se aplica en sesiones de reflexología.
Inexplicablemente, siglos de cultura equivocada separan el pie de la sexualidad, sin tener en cuenta que las terminaciones nerviosas que confluyen en él lo hacen una parte del cuerpo tanto o más sensible que los pezones en el hombre y en la mujer. La planta del pie funciona como su clítoris o su glande (es de tener en cuenta que los pies son andróginos, de modo que las caricias a alguien del mismo sexo no implican necesariamente homosexualidad genital). Los plexos nerviosos aumentan hacia el centro de la planta, convirtiendo esa zona en altamente sensible. El adorador de pies puede empezar por las cosquillas, y si hay la suficiente confianza, es conveniente que ate a su pareja por los talones, a fin de que ella disfrute del prurito sin movimientos compulsivos. Si bien el mismo puede ser no del todo agradable al principio, es cuestión de alternar con caricias en los tobillos o en el empeine a fin de graduar el nivel de excitación.
El cosquilleo deberá convertirse con el paso de los minutos en vértigo y excitación sexual. A continuación, y para relajar y canalizar el impulso, el adorador deberá masajear con más firmeza la planta, teniendo en cuenta que lo que hace en un pie deberá hacerlo simétricamente en el otro; esto - un principio muy básico de reflexología - permitirá la distensión de su pareja, el goce sereno, y será la introducción para los besos.
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BESOS:
Cuando al hablar de pies decimos "besos" nos referimos al contacto con los labios, otra parte muy sensible del cuerpo y ligada a caricias sexuales de carácter genital. El beso en el pie fue considerado siempre como una señal de sumisión; (como lo muestra el cuadro de abajo):



















incluso en manuales para la redacción de cartas en el siglo pasado, al escribirle a una dama que merecía mucho respeto, se debía colocar la siguiente fórmula después de la firma: "q. b.s.p." es decir, "Fulano, que besa su pie". ¿Habría ya en nuestros abuelos una tendencia fetichista...?El buen adorador de pies, no debe tener apuro. Al encontrarse frente a su objeto de culto sexual, debe actuar con una concepción cósmica deltiempo: siempre adoró y siempre adorará esos pies apetitosos que ahora se le presentan para él; cuanto más distendido esté, cuanto más prolongue la sensación de placer, más intenso será. En la adoración de pies no puede entrar el estress y la ansiedad de la vida contemporánea.
De este modo los besos, apoyando simplemente los labios, deben recorrer toda la superficie, teniendo en cuenta la especial sensibilidad de la planta. Es aconsejable (no necesario) empezar por los dedos con besos muy suaves, seguir con el empeine acompañado siempre de caricias táctiles en la planta o en el dorso de los pies. Como en el caso de la genitalidad, conviene siempre dejar la planta para el final, y procurar que allí el beso no sea demasiado intenso como para intensificar demasiado la sensación de cosquillas y vértigo ni demasiado suave como para que no produzca ningún placer.
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ARTE DE LAMER:
La lengua está directamente vinculada a lo erótico, y para el adorador es el órgano que por excelencia debe tener contacto con el pie. Le guste limpio o traspirado, la lengua tiene terminaciones nerviosas casi equivalentes a las que llegan a la planta. El roce con los labios es el equivalente al beso tímido o preparatorio. La caricia con la lengua en los pies, es como el beso apasionado, "de lengua".
Al igual que en el caso anterior, conviene hacerlo despreocupadamente y prolongar el juego; el adorador debe cerrar los ojos y adivinar con su lengua las formas del pie de su pareja; (vease la ilustración abajo):






ella puede correr libremente entre los dedos, detenerse en las yemas o en la planta, en el empeine, en el talón, pasar de un pie al otro... las variantes son infinitas y la sensación de plenitud y relajamiento incomparable.
Adelantando uno de los temas, los amantes que se tomen el tiempo necesrio para ejercitarse en el arte de lamerse los pies, sentirán que pasadas las horas el placer aumenta y se acercan al orgasmo espontáneo. El lamer puede pasar por momentos de furiosa pasión, en que los dedos del amado/a caben en la boca del/la amante, en que se desearía devorar el objeto de culto, a espacios de intensa pero calma ternura; en otros el jugueteo hará que la lengua chupe y desaparezca, una y otra vez, hasta obligar a la pareja a pedir, a suplicar que lama su pie de un modo prolongado.
Lo ideal es hacerlo mutuamente, ya se trate de una pareja homo o heterosexual; es lo que llaman "el 69 de pies" en analogía con la genitalidad, procurando un placer mutuo.
De este modo, las caricias y los besos han sido la preparación para el desemboque en el ámbito de la saliva, de la lengua; algo así como el río que desemboca en el mar, en la plenitud, en el camino hacia el orgasmo por el exclusivo contacto con los pies.
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PIES Y GENITALIDAD:
Una pintura hindú mostraba a un hombre que satisfacía a seis mujeres a la vez: una con su miembro, otra con su lengua, dos en cada una de sus manos y dos en cada uno de los dedos gordos de sus pies. Todos sonreían beatíficamente, sumidos en la profundidad orgiástica.
Nosotros desconocemos la liviandad con la que toma el oriental el sexo, la importancia que le concede por un lado y el carácter lúdico que tiene por el otro, y finalmente la utilidad como método de realización personal y no de simple recurso para el mantenimiento de la especie.
De allí que de las caricias en los pies a la unión de los mismos con los genitales humanos haya que romper un cúmulo de prejuicios. Para un adorador de pies, es importante, casi necesario, que sus pies o los pies de su pareja, se unan en cierto momento con sus genitales. Las encuestas tomadas por Abel, reflejan en un 100 por ciento esta tendencia como favorable y ampliamente deseable.
La forma de lograr el orgasmo a través de los pies, como habíamos visto en el punto anterior, puede darse a través de las caricias, los besos y el ejercicio en el arte de chuparlos, pero también con la masturbación mutua.
Quizá seamos reiterativos, pero nunca va a ser suficiente insistir que en este punto no se trata sólo de técnicas, sino de romper tabúes, ya que toda la sexualidad está comprometida por milenios de represión y falsas creencias, por un pretendido ámbito siniestro que la rodea y la une con el pecado. Mucho más la masturbación, que es una práctica ampliamente recomendable, sea cual fuere la índole de la sexualidad que se practica.
La mujer debe conocer la forma de masturbar a su compañero. Antes que nada ambos pies deben estar lubricados previamente con las salivas de sus respectivas parejas. La posición debe ser de frente, ya que el hombre goza especialmente con los estímulos visuales. Utilizando los pies, debe hacerlo con los cantos de los mismos, tomando delicadamente el miembro, y procurando no rozar el glande, sino subir y bajar acompasadamente el escroto. Previo a esto, el pie femenino puede - siempre delicadamente - acariciar los testículos procurando un cosquilleo en los mismos o recorrer la superficie del miembro.
Simultáneamente el hombre podrá juguetear con el vellón de su compañera, y lentamente ir buscando su clítoris. Precisamente cuando se practica el sexo oral, o la masturbación a su compañera, el macho humano debe saber que no todo el órgano genital femenino tiene la misma sensibilidad. El dedo gordo de su pie, en la medida en que no esté demasiado áspero, es ideal para los masajes en el clítoris que constituyen la esencia de la masturbación femenina. También deberá masajear con suavidad; su otro pie deberá buscar otros puntos de placer en su compañera, como los pezones, y procurar caricias con los mismos.
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PIES COMO UNIVERSO SEXUAL:
Hasta ahora, con la descripción de las caricias, besos y contacto de los pies con las partes genitales, podemos afirmar que quienes somos Adoradores, podemos gozar plenamente sin necesidad de la penetración. No es que propugnemos su prescindencia, sino que el manipuleo artístico y amoroso de los pies, hecho con el suficiente arte y con una disposición afectiva hacia la pareja, puede conducir al orgasmo y a los niveles más profundos de placer.
Las conclusiones que sacamos de esta circunstancia, es que la adoración de pies no es una simple parafilia, una suerte de "tendencia auxiliar" al sexo genital, sino una modalidad sexual en sí misma.
Nuestra cultura los separa de la libido humana de una manera radical. Los adoradores de pies no encuentran forma de expresar su tendencia, especialmente en los países de habla hispana.
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ADORACION DE PIES COMO PREÁMBULO A LA GENITALIDAD Y A OTRAS FORMAS SEXUALES:
La práctica de la adoración de pies, como decíamos en el párrafo anterior, no excluye la unión genital ni otras prácticas como el sexo oral, anal, etc. Es más, las incluye, como si se tratara de un centro en el cual están los pies y las otras formas generaran círculos concéntricos a su mismo nivel. Muchos hombres y muchas mujeres entre los adoradores de pies no consideran que una figura esté completamente desnuda si a la vez no está descalza; la pose, la posición de las piernas y de los pies, establece una rama del arte erótico que paralela al conocido desnudo llamaríamos "descalzo". De este modo, un descalzo sería una fotografía, un grabado, un diseño que muestre una figura con los pies desnudos y sepa reproducir el arte que contienen.
La sensualidad del pie descalzo, así como de cierto tipo de medias y calzados contribuye aún en la sexualidad de quien no tiene una explícita inclinación en este sentido. Si en una pareja uno de los miembros es adorador de pies y el otro no, el contacto con los pies incrementará la excitación. De allí que el adorador de pies deberá ser hábil en este sentido, especialmente en los contactos con los genitales de su pareja. El adorador puede producir placer y proporcionárselo a sí mismo, utilizando el centro de su sexualidad en relación con el respectivo centro de su pareja.
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PIES Y SEXO GRUPAL:
La adoración de pies puede o no incluir un sentido monogámico y exclusivista de la pareja. Al no estar incluidas en modo directo las zonas genitales, la adoración de pies puede incluir más de dos miembros en una pareja. El sexo grupal, de este modo, perdería el sentido de procacidad que le ha asignado nuestra cultura y se recuperaría el sentimiento de "orgía sagrada", cuyo antecedente más inmediato son las fiestas dionisíacas en la Antigua Grecia y que están bien reflejadas en la obra de Eurípides "Las Bacantes".
Hacemos referencia al sexo grupal con todo lo que ello implica, porque hemos detectado entre los adoradores de pies como grupo, una cierta mentalidad solidaria y abierta en cuanto a lo sexual; quedaría por determinar cuáles son las características de personalidad comunes a los adoradores, pero lo cierto es que tomando como base nuestra tendencia, debemos establecer una modalidad de relaciones humanas, basadas en una nueva forma de erotismo.
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PIES Y SADOMASOQUISMO:
De igual modo que con el sexo grupal, muchas veces la adoración de pies se vincula al sadomasoquismo, es decir el juego del dominador-dominado, la inclusión de vínculos de poder "despótico" dentro de la pareja. Si bien no poseemos datos precisos, podríamos afirmar que entre los adoradores de pies se dan con más frecuencia las tendencias sadomasoquistas. Esto representa un rasgo de salud, en la medida en que, siendo parte de nuestra naturaleza la tendencia hacia la destrucción - así como la tendencia a la vida y a su incremento - la sexualidad pédica puede ser una forma de canalización adecuada.
Si las relaciones de dominador- dominado se limitaran a mantenerse en el contexto sexual de una pareja, no contaminarían la vida cotidiana e incluso evitarían las guerras o la explotación como formas no contenidas, no asumidas, no confesadas de esas tendencias.
En relación con los pies, el hecho del pisar, la humillación de "estar a sus pies", puede producir en muchos casos - tanto del que humilla como del humillado - un intenso placer. Siempre la pareja debe consensuar el carácter de esta práctica, definir los roles que pueden intercambiarse, y montar una suerte de representación teatral donde se efectivice catárticamente todo lo destructivo que pueda haber en las tendencias. Esta modalidad de búsqueda de placer, no se contradice sino que se complementa con el afecto y el amor; incluir en una relación - ya no necesariamente de sexo pédico - el sadomasoquismo, es darle una dimensión profunda, tendiente al otro extremo de la explosión de vida que implica el sexo, es decir la carencia de la misma, la presencia de la muerte acotada en el espacio tiempo creativo de la sexualidad.
EPÍLOGO:
Con este manual para adoradores de pies, nosotras pretendemos hacer tan sólo una introducción, un breve índice que estimule y produzca temas de debate o que incentive a los adoradores de pies del planeta a completarlo con sus experiencias y sus opiniones propias. Finalmente, como convicción, afirmamos que tanto para los adoradores de pies, como para quienes practican otras formas de sexo, no debe haber límites impuestos de antemano; no debe haber prohibiciones "a priori". Los límites los debe poner libremente quien o quienes practican cualquier modalidad sexual